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Lugar verdad

En los Estados Unidos hay un presidente que miente sistemáticamente y, no obstante, recibe el apoyo de casi la mitad de la población. Es la manifestación más dramática del deterioro del lugar de la verdad. | Oliver Contreras, EFE

¿Qué podemos hacer para volver a poner la verdad en el sitio que le corresponde? Se necesita de un periodismo independiente, que investigue y denuncie y lo haga con análisis desapasionados y confrontables.

¿Qué podemos hacer para volver a poner la verdad en el sitio que le corresponde? Se necesita de un periodismo independiente, que investigue y denuncie y lo haga con análisis desapasionados y confrontables.

Al final de la guerra civil el general Francisco Franco hizo un llamado al pueblo español para que se uniera en torno a “la fraternidad, la libertad y la igualdad”. Dijo lo mismo que habían dicho los revolucionarios franceses en 1789 (liberté, égalité, fraternité), solo que cambiando el orden de las cosas y queriendo decir que, si bien la libertad y la igualdad importan, deben ser atendidas en último término. Pongo este ejemplo para mostrar que, en asuntos políticos, lo esencial es el orden de los factores, no la lista. Todos queremos todo: una sociedad en donde reinen la paz, la libertad, la justicia social, el amor a la patria, la verdad, el bien, etc. El problema es qué va primero y qué va después.

Digo esto pensando en la verdad. ¿En qué lugar de esa lista deberíamos poner la verdad? Al inicio, diría yo, porque para vivir en sociedad se necesita conocimiento y diálogo; sin tales cosas, ni el mercado ni la democracia funcionan. ¿Y cómo logramos que la verdad impere? Pues con gobernantes honestos, pero sobre todo con periodistas independientes que los desenmascaren cuando aquellos dejan de ser honestos.

Todo lo que vengo diciendo sería una banalidad si no fuera porque, en los últimos tiempos, la verdad parece haber entrado en una crisis profunda, una crisis que está afectando gravemente los pilares mismos del sistema democrático. Lo que está ocurriendo en los Estados Unidos, con un presidente que miente sistemáticamente y que, no obstante, recibe el apoyo de casi la mitad de la población, es la manifestación más dramática de este deterioro.

¿Cómo explicar el menoscabo de la verdad? La respuesta que más me convence es la que dan los científicos de la mente: cuando el aprecio por la verdad entra en conflicto con el aprecio por el grupo que defendemos, dicen estos expertos, la verdad termina perdiendo. La gente valora más la defensa de su grupo que la correspondencia entre lo que su grupo dice y lo que realmente ocurre. Por eso muchos están dispuestos a amparar información falsa que perjudica a sus enemigos y a negar información cierta que perjudica a los suyos. Desde Darwin sabemos que las pulsiones tribales fueron determinantes en la evolución humana. En un experimento famoso se les pide a los participantes que escojan un candidato entre cinco personas de las cuales conocen dos cosas: su afiliación política y sus cualidades para desempeñar un oficio. Pues bien, cuando los más meritorios son del partido opuesto, los participantes prefieren a los mediocres de su propio partido (la provisión de cargos en el Gobierno actual, cómo no, también es un buen ejemplo). “La verdad vale menos que la victoria”, parecen decir los participantes y es por eso que, parafraseando a Rudyard Kipling, en la polarización (como en las guerras) la verdad suele ser la primera víctima.

¿Qué podemos hacer para volver a poner la verdad en el sitio que le corresponde? Como lo dije antes, se necesita de un periodismo independiente, que investigue y denuncie y lo haga con análisis desapasionados y confrontables. Durante muchos años la revista Semana cumplió esa tarea y lo hizo bien. Pero hace poco cambió de dueño y una nueva orientación editorial se impuso, lo cual desató la renuncia masiva de sus mejores periodistas. Todo indica que la nueva dirección está guiada por otros propósitos, ajenos al interés público. Para decirlo en los términos del general Franco, probablemente pondrá la verdad en último término, al final de la lista de prioridades, después de la victoria política y sobre todo de los negocios.


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