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Presenciando aquí en Brasil la convulsión política —la imagen de Lula interrogado, los preparativos para la marcha del domingo contra Dilma y la contramarcha del PT—, me vienen a la mente los eslóganes acuñados por los locales para darle sentido a este país extremo en grandezas y miserias.

Presenciando aquí en Brasil la convulsión política —la imagen de Lula interrogado, los preparativos para la marcha del domingo contra Dilma y la contramarcha del PT—, me vienen a la mente los eslóganes acuñados por los locales para darle sentido a este país extremo en grandezas y miserias.

“Brasil es el país del futuro” es el más conocido. Pero lo que más resuena por estos días es la coda: “Y siempre lo será”. Queda claro que esta vez tampoco será. Hasta el Economist y el Banco Mundial (no precisamente simpatizantes del PT) pronosticaban el despegue brasileño hace apenas un lustro, cuando las políticas de Lula sacaban de la pobreza a 40 millones de personas, la economía crecía al ritmo del boom de las materias primas, y la FIFA y el Comité Olímpico ungían el decolaje con sus eventos mundiales.

Hoy la serie de desdichas es tan espectacular como lo fueron los avances. En medio de la peor crisis económica en 25 años, millones de personas que arañaron la clase media sufren la injusticia de regresar donde comenzaron. Los juicios contra la corrupción política dejan a la vista que la hegemonía del PT fue lubricada con sobornos y favores cruzados, con cargo a Petrobras, en colusión con grandes empresarios y políticos de todos los sectores.

Los malquerientes de las izquierdas alistan el epitafio, comenzando por el Economist y la derecha brasileña, que nunca digirió la imagen de los pobres montando en avión por primera vez. De modo que antes de que caiga la lápida, hay que rescatar las lecciones buenas y malas del último intento de despegue.

Los brasileños popularizaron la pregunta: “¿usted no sabe con quién está hablando?”, tan común aquí que el politólogo Guillermo O’Donnell escribió sobre ella como si fuera sinónimo de la desigualdad de la cultura nacional. La misma pregunta que lanzan hoy sectores políticos latinoamericanos que califican de persecución política las investigaciones judiciales en su contra, desde el PT hasta el uribismo. Cuentan para ello con simpatizantes que justifican lo hecho con alguna variación de otra frase brasileña: “rouba, mas faz” (roba, pero hace).

Una lección rescatable de todo esto es la importancia de una justicia independiente y pulcra. El poderoso Ministerio Público, con su meritocracia interna y su ética del servicio público, ha logrado investigar y condenar a las cabezas de los carruseles de la corrupción, incluyendo el gerente de la mayor empresa de construcción y líderes políticos que les hablaban al oído a Lula y Dilma. Algo impensable hasta hace poco en un país cuyo dictador insigne (Getulio Vargas) dejó para la posteridad esta máxima: “a mis amigos, todo; a mis enemigos, la ley”.

La otra lección, que queda para otra columna, es que las políticas redistributivas no son sostenibles si están ancladas en el consumo y la ruleta de las economías extractivas. El PT les apostó al petróleo, la minería y las materias primas. Y buscó convertir a los marginados en consumidores antes que en ciudadanos, como dijo Frei Betto. Con asistencialismo pero sin una reforma tributaria progresista, ni inversiones masivas en educación y salud, el despegue quedó para otra ocasión. Para el país del futuro.

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