El pensamiento negativo
Mauricio García Villegas abril 26, 2021
Hay personas que son extremadamente pesimistas para juzgar el presente y el pasado y son en exceso optimistas para juzgar el futuro que ellos proponen. | Nathan Dumlao, Unsplash
Casi todo lo que ocurre en la realidad se encuentra en un espacio intermedio entre la desgracia y la gloria: un terreno complejo y difícil en el que si bien el progreso es posible, no deja de ser parcial e incierto.
Casi todo lo que ocurre en la realidad se encuentra en un espacio intermedio entre la desgracia y la gloria: un terreno complejo y difícil en el que si bien el progreso es posible, no deja de ser parcial e incierto.
La semana pasada escribí sobre el llamado “pensamiento positivo”, un conjunto de ideas livianas que hacen depender el éxito y la felicidad de una actitud inquebrantablemente optimista. Semejante confianza se obtiene, decía yo, atrofiando nuestra capacidad para entender la realidad con todo lo que en ella hay de posible y de imposible. Hoy escribo sobre lo contrario, es decir, sobre el “pensamiento negativo”, una actitud que, con un pesimismo no menos inquebrantable, empeora lo malo y nunca ve progreso en nada de lo que se hace.
Entre los voceros del pensamiento negativo hay dos personajes. El primero sostiene que “nunca antes habíamos estado tan mal y que el futuro que nos espera es todavía peor”. Este heraldo de los pesares desconoce los logros conseguidos. En Colombia, por ejemplo, casi todos los índices relevantes en salud, educación, violencia, pobreza, esperanza de vida, infraestructura, equidad de género muestran una mejoría. Pero los voceros del pensamiento negativo desestiman estos avances y lo hacen con la idea, quizás políticamente cierta, de que al desconocerlos le dan más urgencia a su causa.
Claro, el hecho de que haya habido progreso no quiere decir que tengamos el futuro asegurado. Como dice Harari, en el último siglo hemos mejorado mucho, moral y materialmente, “pero tal cosa no me lleva a ser optimista con el futuro”.
El segundo personaje sostiene, como el primero, que nunca habíamos estado tan mal como ahora y que si seguimos así nuestro futuro será ruinoso, salvo que cambiemos radicalmente la sociedad que tenemos. Este es, si me permiten un oxímoron, un “pesimista utópico” que desconoce los avances del pasado con la misma miopía con que desconoce las dificultades del futuro. Albert Hirschman, el célebre economista del desarrollo, se refiere a él como un vocero de la fracasomanía. La primera reforma agraria colombiana, la del gobierno de Alfonso López Pumarejo en los años 30, dice Hirschman, fue interpretada como un fracaso total, cuando en realidad había logrado cambios positivos. El fracasómano no acepta nada menos que la revolución y con la misma lógica con que niega los avances del pasado se opone a las reformas del presente, porque para él lo insuficiente es igual a lo deficiente. Por eso la solución a los problemas de la sociedad no consiste en mejorarla sino en crear otra.
Una de las grandes dificultades que tienen los gobiernos reformistas, como el de López Pumarejo en los años 30, es que tienen que luchar no solo contra los conservadores que se oponen a todo cambio, sino contra los fracasómanos que se oponen a toda mejora incompleta. Aquellos, los conservadores, que quieren que todo siga igual encuentran en estos, los fracasómanos, a unos aliados inesperados de su propia causa; sin quererlo, coadyuvan, en una especie de predicción autocumplida, a que las cosas sigan como están.
Lo curioso es que estos últimos parecen combinar, de manera selectiva, el pensamiento negativo y el positivo. Son extremadamente pesimistas para juzgar el presente y el pasado y son en exceso optimistas para juzgar el futuro que ellos proponen.
Tanto los voceros del pensamiento positivo como los del pensamiento negativo, en sus dos versiones, desconocen la complejidad del mundo: los primeros, por creer que todo es posible y los segundos, por creer que nada lo es o que lo sería si ellos estuvieran al mando.
Pero la verdad es que casi todo lo que ocurre en la realidad se encuentra en un espacio intermedio entre la desgracia y la gloria: un terreno complejo y difícil en el que si bien el progreso es posible, no deja de ser parcial e incierto.