El pensamiento positivo
Mauricio García Villegas abril 18, 2021
Tal vez lo que estoy tratando de decir es que una actitud sana frente a la vida debe partir de un justo balance entre el mejor conocimiento de nuestras capacidades y el mejor conocimiento de nuestras imposibilidades. | Unsplash
En las prédicas de los sacerdotes del pensamiento positivo la voluntad individual es un poder que derriba todos los obstáculos, como si tuviéramos a Hércules de ángel de la guarda. Pero semejante poder solo se logra con una cuota de fantasía que mina nuestra capacidad para entender la realidad y todo lo que en ella hay de posible y de imposible.
En las prédicas de los sacerdotes del pensamiento positivo la voluntad individual es un poder que derriba todos los obstáculos, como si tuviéramos a Hércules de ángel de la guarda. Pero semejante poder solo se logra con una cuota de fantasía que mina nuestra capacidad para entender la realidad y todo lo que en ella hay de posible y de imposible.
Mi hijo practica downhill, una modalidad de ciclomontañismo que consiste en descender lo más rápido posible por una pista escarpada. Hace algún tiempo participó en una carrera en la que, durante los calentamientos previos, los organizadores habían dispuesto la meta en un potrero inclinado, poniendo en peligro a los espectadores que se agolpaban para asistir al final de la competencia. Viendo tal peligro me acerqué a uno de ellos para sugerirle que pusiera la meta un poco más abajo, donde el terreno era más llano y había más espacio para el público. “Eso no se preocupe, señor —me dijo el hombre—, nada malo va a pasar, póngale buena energía y verá”.
Respuestas de este tipo se han vuelto frecuentes. Desde hace algunas décadas se puso de moda la idea de que nada es imposible si uno lo busca con empeño. Todo se puede conseguir cuando asumimos la tarea con un optimismo inquebrantable. “Querer es poder”, dice la gente. Esta manera de enfrentar la vida, que se conoce como “pensamiento positivo”, se ha impuesto en los medios de comunicación, en las empresas, en las oficinas, en los hospitales, en los colegios, en la publicidad y, cómo no, en el deporte. Es una filosofía ligera y fácil de consumir, con consignas de parvulario y recetas efectistas que espantan la incredulidad y ofrecen la felicidad espuria de los manuales de autoayuda.
En las prédicas de los sacerdotes del pensamiento positivo la voluntad individual es un poder que derriba todos los obstáculos, como si tuviéramos a Hércules de ángel de la guarda. Pero semejante poder solo se logra con una cuota de fantasía que mina nuestra capacidad para entender la realidad y todo lo que en ella hay de posible y de imposible. Nada de saludable tiene vivir en una quimera en la que la enfermedad no vence, la pobreza no es una barrera, la justicia siempre triunfa y la sociedad es un campo abierto para alcanzar lo que uno quiera. No puede ser provechosa una doctrina que borra de nuestra mente, como si fuera una droga, la cuota inevitable de fracaso que hay en la vida humana y también en la sociedad, con barreras culturales, económicas, sociales, políticas que nos asedian por todas partes.
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Claro, como toda moda exitosa, el pensamiento positivo se nutre de una dosis de verdad. Muchos de los propósitos que nos hacemos en la vida necesitan de una buena cuota de empeño, de voluntad e incluso a veces de optimismo ciego. Creer que algo es posible ayuda a que lo posible se haga realidad. La virtud, decían los griegos antiguos, es la capacidad, la fuerza interna que nos permite sacar la mejor parte de nosotros mismos. Sin ese empeño redentor no se entiende buena parte del progreso individual y colectivo.
Todo eso es cierto, pero si queremos entender la suerte que corremos en la vida y sobre todo si queremos saber qué es lo que podemos alcanzar, esa verdad es solo una parte de la explicación. La otra parte, que no depende de nosotros, se nos impone con tozudo empeño y ahí está la muerte para recordárnoslo.
Tal vez lo que estoy tratando de decir es que una actitud sana frente a la vida debe partir de un justo balance entre el mejor conocimiento de nuestras capacidades (la potencia, que llamaba Aristóteles) y el mejor conocimiento de nuestras imposibilidades. Ambas cosas son importantes y por eso la contracara (igualmente artificial) del pensamiento positivo es el pensamiento negativo.
A propósito, esa combinación fue la que finalmente se impuso en la carrera de marras cuando, después de un par de espectadores arrollados, el organizador decidió poner la meta en un lugar más seguro. La “buena energía” sin el “buen juicio” causa desastres.