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Está esclarecido el crimen de Jaime Garzón fue lo que atino a decir el fiscal (e) en días pasados. De pronto es mi ignorancia pero no he conocido los detalles detrás de la muerte del humor político en el país.

Está esclarecido el crimen de Jaime Garzón fue lo que atino a decir el fiscal (e) en días pasados. De pronto es mi ignorancia pero no he conocido los detalles detrás de la muerte del humor político en el país.

La única verdad que conozco desde la muerte de Jaime es el silenciamiento del humor político del país. Las armas que lo silenciaron lograron producir lo que los armados querían. Así se controla un país. Desde ese trágico día, que dentro de un mes serán largos 17 años, Colombia no ha vuelto a tener un humor político crítico. Uno que se atreva hablar sobre los hilos de la política, como lo hacía Jaime, representados en la “Cossio Nostra” que provocó una reacción en tono de amenaza. O que se atreviera a lustrar los zapatos del “Cura Camilo”, el más obtuso de los guerrilleros del Caguán, al que de cara le preguntaba qué habían hecho con los “soldaditos” que tenían secuestrados. 

La labor que Jaime exaltaba era muy preciada por la sociedad. Acaso quién olvida cómo corrían los colombianos a sentarse al frente del t.v. a ver ¡quac! el noticiero. En quizá el periodo más oscuro de esta frágil democracia, las carcajadas de todos abrían el espacio para la oposición con la realidad política imperante y, a la vez, nos abrían los ojos de una manera sencilla sobre la forma en cómo se estaba gobernando Colombia. 

Por eso, el humor político es un contrapoder, es un escrutinio público donde de manera pacífica y por medio de las risas un gobernante se pone en el paredón. La reflexión de Samper Pizano, con ocasión del asesinato vil de los periodistas de Charlie Hebdo, es certera cuando dice que “[e]l humor y el poder han sido siempre enemigos, y constituye grave peligro permitir que la religión, el Estado o el capital fijen nuevos límites conceptuales, propongan excepciones ilustres a la libertad de expresión y dicten las normas aceptables y las no aceptables en materia de humor”. 

Quiero decir acá que desde que murió Jaime, la censura impera en un silencio imperceptible. El chiste flojo y la burla acrítica abundan en nuestros medios de masas. Esa ha sido la condena que la sociedad ha debido pagar por sus carcajadas. 

La monopolización de los medios por grandes conglomerados económicos también ha hecho lo suyo. Poco a poco, cada vez, vemos menos y oímos menos una sátira mordaz que incomode al poder. Además, si los ‘cacaos’ tienen medio pie en el sector privado y otro medio en el público, si cada vez contamos menos con medios que sean independientes de los focos de poder, cada vez tendremos menos espacios para el disenso, y mucho menos para el disenso con humor. 

Es que es mucho el pereque del humor político. El pereque que en radio Santa Fe pregonaba Martínez Salcedo. Ese que por poner tanto pereque a las clases políticas corruptas encabezadas por el presidente Guillermo León, desde la posición del ciudadano colombianísimo, que tomaba forcha porque le encantaba, le tocó cerrar su programa “el pereque”. Porque no hay nada peor para un poderoso que Heribertos con el rostro embetunado les canten sus verdades. Me pregunto de qué hablarían personajes como Néstor Elí, portero del edificio Colombia, o el maestro de obra Salustiano Tapias con cambios radicales, Bustos, Oneidas y Kikos. 

De ahí que la verdad sobre el asesinato cruel de Jaime lo pida a gritos la sociedad colombiana. Eso lo debe tener en cuenta el nuevo fiscal, este sí en ejercicio. De sus labores en el crimen de Estado de Jaime  puede empezar el renacer del humor político crítico en Colombia, uno que le duela lo que le sucede alrededor, uno que hable por y para los ciudadanos. Sin impunidad en el caso de Jaime, el Estado demostraría que no tolerará más instigaciones a la oposición más genuina, la de la risa. Aunque tristemente si no se dejan a un lado los intereses económicos en la política el espacio para el humor será siempre chico.

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