Skip to content

|

“Permítanme contarles mi problema con las chicas”, dijo el Nobel de medicina Tim Hunt en un congreso mundial la semana pasada.

“Permítanme contarles mi problema con las chicas”, dijo el Nobel de medicina Tim Hunt en un congreso mundial la semana pasada.

“Tres cosas pasan cuando ellas están en el laboratorio: uno se enamora de ellas, ellas se enamoran de uno y cuando uno las critica, lloran”.

Al silencio incómodo de la nutrida audiencia le siguió el repudio inmediato y masivo por redes sociales, que creció cuando Hunt quiso excusarse en una entrevista y habló con idéntico machismo. “Es que es fundamental que uno pueda criticar las ideas de la gente sin que se pongan a llorar”, fue la frase con que terminó de cavar su propia tumba mediática.

Que el episodio haya obligado al bioquímico a renunciar al University College de Londres dice mucho sobre el consenso creciente contra los discursos sexistas. Pero hay un gran trecho entre los avances discursivos y la terca realidad de la discriminación contra las mujeres, que sigue anclada firmemente en prejuicios culturales y prácticas diarias.

El machismo es extremo en las ciencias duras, pero es común en otros campos del conocimiento y el mercado laboral. Los invito a visitar las páginas web de facultades de matemáticas, física o ingeniería. O de ciencias sociales que aspiran al estatus de duras, como la economía. Verán que la inmensa mayoría de profesores son hombres; aún entre los estudiantes las mujeres son apenas un puñado en muchas facultades. No es un asunto de países misóginos o universidades mediocres: en la Universidad de Yale, hay sólo una profesora de planta de matemáticas y dos de física.

Los científicos han respondido con argumentos poco científicos. Es que las mujeres tienen menos aptitud para las ciencias, replican algunos; son mejores para las palabras que para los números, alcanzó a decir un exrector de Harvard no hace mucho. El prejuicio es generalizado y, paradójicamente, compartido por científicos y científicas exitosos. Un experimento en EE.UU. mostró que unos y otros, cuando examinan una hoja de vida idéntica a la que sólo se le cambia el género del postulante, tienden a contratar y ofrecerle mejor remuneración al aspirante masculino.

¿Qué hacer si el problema es el sesgo cultural que identifica masculinidad con competencia, feminidad con debilidad? Las buenas experiencias muestran que hay que apoyar a las niñas en los colegios para que entren a los campos que prefieran, y crear programas que promuevan su avance en la universidad y la profesión.

La otra respuesta de los científicos es que las mujeres se autodiscriminan: que no son proactivas y terminan marginándose de la profesión. Los estudios organizacionales muestran otra cosa. Las mujeres están entre la espada y la pared de los prejuicios; si hablan poco, parecen incompetentes, pero si hablan mucho, son percibidas como agresivas. En el estilo de reuniones comunes en la academia y otros espacios laborales, los hombres tienden a interrumpir a las mujeres y apropiarse de sus ideas, como escribió en un libro Sheryl Sandenberg, la gerente de Facebook.

Ese sí es el verdadero problema con ellas: que no las dejan, no las dejamos, terminar. Para mal de ellas y de todo el mundo.

Consulte la publicación original, aquí.

De interés: Discriminación / Género

Powered by swapps
Scroll To Top