El señor Rayón
Mauricio García Villegas Julio 6, 2013
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El señor Rayón es un personaje curioso que apareció este semestre en el campus de la Universidad Nacional de Bogotá. Vestido de superhéroe y con una máscara antigás, su misión consistía en modificar los grafitis serios y conservadoramente revolucionarios que llenan las paredes de la llamada “Ciudad Blanca”.
El señor Rayón es un personaje curioso que apareció este semestre en el campus de la Universidad Nacional de Bogotá. Vestido de superhéroe y con una máscara antigás, su misión consistía en modificar los grafitis serios y conservadoramente revolucionarios que llenan las paredes de la llamada “Ciudad Blanca”.
El señor Rayón es un personaje curioso que apareció este semestre en el campus de la Universidad Nacional de Bogotá. Vestido de superhéroe y con una máscara antigás, su misión consistía en modificar los grafitis serios y conservadoramente revolucionarios que llenan las paredes de la llamada “Ciudad Blanca”.
Así, donde decía “Camilo vive”, el señor Rayón agregaba “en arriendo”; o donde decía “Hugo Chávez presente”, Rayón ponía “Hugo Boss presente”.
Su aparición suscitó un gran debate. Quienes se opusieron a sus intervenciones murales reivindicaron la libertad de expresión y sostuvieron que todos pueden escribir lo que quieran en las paredes. Quienes lo defendieron, en cambio, dijeron que los grafitis afean los edificios y que las paredes blancas son un bien público que debería ser cuidado.
Ambas posiciones tienen argumentos valiosos, pero yo tiendo a estar de acuerdo con los segundos. A mi juicio los grafitis indiscriminados malogran el valor arquitectónico de la ciudad universitaria, de la misma manera como afectarían las viejas edificaciones de Villa de Leyva o de Cartagena.
Pero hay argumentos de mayor peso. Las paredes son un bien público, es decir, un bien común (¿permitiría usted que un copropietario pusiera grafitis en las zonas comunales de su edificio?) y por lo tanto, quien escribe un grafiti se apropia de un pedazo de ese bien, y si todos escriben, todos se apropian. La libertad para tomarse esos espacios crea problemas de regulación: ¿qué criterio utilizar para asignar las paredes?, ¿cómo evitar la degradación y el mugre causados por el exceso de grafitis?, ¿qué hacer con mensajes claramente ofensivos o discriminatorios?, ¿quienes hoy escriben consignas revolucionarias tolerarían que, por ejemplo, en un salón de clase se pusieran grafitis nazis o sexistas?
Además, es poco lo que los grafitis contribuyen a la deliberación democrática. Pueden incluso acentuar ese aspecto odioso y falsamente libertario que tienen hoy en día los foros de los periódicos, en donde se puede escribir todo, o casi todo, sin dar la cara y sin responder por lo que se afirma, como ocurre en esos baños públicos en los que la gente entra, hace lo que tiene que hacer, escribe una burrada y se va.
Tengo la impresión de que los grafitis, como los bloqueos y los tropeles en la Nacional, son manifestaciones teatrales y provocadoras que le huyen a una democracia deliberativa, reposada, argumentada, dispuesta a llegar a consensos razonables, a dejarse contar y a respetar las posiciones mayoritarias. Soy consciente, sin embargo, de que una buena parte de estos temores han sido alimentados en el pasado por gobiernos universitarios que desconocieron el valor de los argumentos y de las mayorías, como ocurrió en la última consulta para rector.
No creo tener la verdad en este asunto; tan sólo pretendo que mi opinión, como la de otros que piensan como yo, sea tenida en cuenta. Y para eso, creo que lo mejor es encontrar una solución que resulte del debate libre, argumentado y respetuoso de la voluntad de las mayorías. Esto se ha intentado con éxito en la Facultad de Ciencias Económicas y no veo por qué no se pueda hacer lo mismo en el resto de la universidad, y en las demás universidades públicas, para resolver este tema de los grafitis y otros muchos que se ven venir en el futuro próximo.
Post scríptum
El director de este diario, don Fidel Cano, me ha concedido gentilmente una licencia de seis meses para terminar un proyecto de libro que tengo engavetado desde hace años. En consecuencia, esta columna sólo volverá a salir, aquí mismo, en enero del año próximo.