El tiempo de la ira
Mauricio García Villegas octubre 14, 2023
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En este conflicto van ganando los que cargan las banderas del nacionalismo intransigente y de la religiosidad fanática. Lo lamentable del asunto es que son una minoría en Israel y muy probablemente también lo son en Palestina, donde muchos, por presión, apoyan a Hamás pero preferirían que la Autoridad Palestina los gobernara.
En este conflicto van ganando los que cargan las banderas del nacionalismo intransigente y de la religiosidad fanática. Lo lamentable del asunto es que son una minoría en Israel y muy probablemente también lo son en Palestina, donde muchos, por presión, apoyan a Hamás pero preferirían que la Autoridad Palestina los gobernara.
El ataque de Hamás a Israel deja ya más de mil muertos a los cuales se suman los rehenes, más de un centenar, cuya suerte hoy se desconoce. El Gobierno de Israel respondió al ataque de Hamás cortando el suministro de gas, electricidad y agua a la población que habita Gaza (más de dos millones de personas) y lanzando una lluvia de misiles en su contra. No se sabe cuántas personas han muerto del lado palestino, pero en poco tiempo se empezarán a contar por miles. Israel ha respondido de manera desproporcionada y a espaldas del derecho internacional.
¿Cómo ha sido posible semejante tragedia? La gran mayoría de las respuestas, incluida la del presidente Gustavo Petro, toman partido, por Palestina o por Israel, poniendo todo el bien de un lado y todo el mal del otro. Yo también siento el impulso de tomar partido y, si hiciera ese ejercicio, mis simpatías irían por los palestinos. Sin embargo, no quiero entrar en ese terreno fangoso de los odios recíprocos y prefiero seguir el sabio consejo de Baruch Spinoza: tratar de entender, no de aborrecer.
El conflicto entre Israel y Palestina lleva setenta y cinco años de guerras degradadas y de diplomacias frustradas. Tantos años de malquerencia y desengaño han alimentado las iras simétricas y favorecido a los extremistas. En el lado árabe, Hamas, que desplazó a la autoridad palestina y a su líder Mahmud Abás, se opone a la existencia de Israel y justifica las acciones terroristas contra la población judía. Del lado israelí, la extrema derecha, bien representada en el ministro de defensa Ben-Gvir, promueve la “política de asentamientos” y se opone a la existencia de un Estado palestino independiente prevista en la resolución de Naciones Unidas de 1974 y conocida como The Two-State-solution. La extrema derecha es un grupo minoritario (7% de los votos) pero hace parte del actual gobierno de coalición.
Es probable que una de las causas del ataque terrorista de la semana pasada esté en la oposición de ambos extremistas al acuerdo que se venía incubando entre Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel para normalizar la región. Hamas e Irán veían ese eventual acuerdo como una amenaza contra su proyecto político y religioso y lo mismo pensaban, desde el otro lado, los extremistas religiosos que acompañan a Netanyahu en su gobierno. Después de los ataques de la semana pasada esa esperanza de paz será muy difícil de recobrar y, como siempre ocurre cuando los radicales se apropian del escenario, es el pueblo de ambos lados, sobre todo el palestino que es más débil, el que saldrá perdiendo.
En este conflicto van ganando los que cargan las banderas del nacionalismo intransigente y de la religiosidad fanática. Lo lamentable del asunto es que son una minoría en Israel y muy probablemente también lo son en Palestina, donde muchos, por presión, apoyan a Hamas pero preferirían que la autoridad palestina los gobernara.
Así pues, lo voceros de la ira se han impuesto. Parecen gente venida de un par de milenios atrás. Gente del viejo Jerusalén, la tierra sagrada de las tres grandes religiones monoteístas, con los miedos y los odios enconados por causa de un conflicto que se volvió planetario, como sus religiones. Hoy al igual que antes, en ese pedazo de tierra minúsculo y árido, aparece gente alucinada que vocifera y mata. O como lo dice Amos Oz, el gran escritor judío y defensor de la Two State- Solution, aquí “la gente llega, inhala el nítido y maravilloso aire de la montaña y, de pronto, se inflama y le prende fuego a una mezquita, a una iglesia o a una sinagoga. O si no, se quita la ropa, trepa a una roca y comienza a profetizar”.