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La conversación que tiene lugar entre gente que piensa distinto, en ámbitos no politizados, suele propiciar cambios de opinión y favorecer las afirmaciones verdaderas sobre las falsas. En las cámaras de eco las verdades incómodas se excluyen; en la conversación pluralista, en cambio, las verdades se acogen, incluso cuando son incómodas.

La conversación que tiene lugar entre gente que piensa distinto, en ámbitos no politizados, suele propiciar cambios de opinión y favorecer las afirmaciones verdaderas sobre las falsas. En las cámaras de eco las verdades incómodas se excluyen; en la conversación pluralista, en cambio, las verdades se acogen, incluso cuando son incómodas.

Mark Zuckerberg dijo al inicio del año que Facebook e Instagram “han ido demasiado lejos” en la moderación de contenidos y que, por eso, adoptará un sistema de control más flexible, como el que usa su colega Elon Musk en X: en lugar de contar con verificadores independientes, los usuarios tendrán la posibilidad de incorporar correcciones, como ocurre en X.

Estas medidas, según los expertos, menoscaban el debate público. Es cierto que en algunos casos la intervención crítica de los usuarios puede mejorar los contenidos y evitar la información falsa (Wikipedia, podría ser un ejemplo), pero eso no ocurre en entornos politizados, jalonados por impulsos identitarios y en los que el usuario se afana por obtener aplausos o por cazar peleas, que es justamente lo que ocurre en Facebook y X.

Las medidas adoptadas por Zuckerberg y Musk desconocen el funcionamiento de la mente humana, o sí lo conocen y no les importa. Hoy más que nunca sabemos que los individuos se guían por la información que obtienen de sus grupos de referencia. De ese impulso surgen las famosas “cámaras de eco”, en las que todos piensan igual y cuando alguien oye a otro solo oye su propia voz. Cuando una persona solo se relaciona con gente que piensa como él o ella, la conversación tiende a radicalizarse porque cada cual, con el afán de hacerse visible, intenta ser más enfático que los demás.

Dos hechos adicionales agravan las cosas: 1) las personas buscan las opiniones que se sintonizan con las suyas, pero en su versión más radical; y 2) prestamos más atención a lo malo que a lo bueno: la información negativa, amenazante o catastrófica suele recibir más atención que la información positiva. En un estudio que analiza 2,7 millones de entradas en Facebook y Twitter se muestra cómo aquellos que contienen las palabras “odio”, “ataque” o “destrucción” son los más visitados y los más compartidos.

En contraste con esto, la conversación que tiene lugar entre gente que piensa distinto, en ámbitos no politizados, suele propiciar cambios de opinión y favorecer las afirmaciones verdaderas sobre las falsas. En las cámaras de eco las verdades incómodas se excluyen; en la conversación pluralista, en cambio, las verdades se acogen, incluso cuando son incómodas.

El anuncio de Zuckerberg de desregularizar su negocio viene después de la reunión que tuvo, en noviembre del año pasado, con Donald Trump en su mansión de la Florida y de una donación de un millón de dólares que le hizo para su investidura el próximo lunes. Amazon, Uber y el consejero delegado de Open AI, Sam Altman, hicieron algo similar.

Lo que estamos viendo, y que ha sido denunciado en numerosos estudios, es una tensión entre la lógica del negocio tecnológico, que solo busca acumular riqueza, y la lógica de la comunicación ciudadana, que debería promover la democracia y la inteligencia colectiva o, por lo menos, no ir contra ellas. El primer gran efecto de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos es que esa tensión se ha resuelto, al menos por ahora, en favor de la segunda lógica, la empresarial, y en contra de la primera, es decir de la democrática.

Hace más de dos siglos, cuando la democracia venció a la monarquía, se impuso la idea de que, en caso de conflicto, el interés general debía prevalecer sobre el interés privado. Hoy vemos cómo triunfa la idea contraria: sobreponer a toda costa los intereses privados. Lo valioso ya no es el bien público sino la codicia privada. A veces se me ocurre, viendo este regreso al pasado, que vamos a necesitar una segunda Revolución francesa, ya no nacional, sino global, y sin un Robespierre que la lidere.

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