El valor de la analogía
Rodrigo Uprimny Yepes enero 10, 2016
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Algunos lectores, como el columnista Daniel Mera, atacaron mi reciente columna sobre Sudáfrica y Colombia, en donde sostuve que es contradictorio admirar a Mandela y la transición sudafricana y considerar inaceptable el acuerdo sobre justicia y víctimas entre las Farc y el Gobierno.
Algunos lectores, como el columnista Daniel Mera, atacaron mi reciente columna sobre Sudáfrica y Colombia, en donde sostuve que es contradictorio admirar a Mandela y la transición sudafricana y considerar inaceptable el acuerdo sobre justicia y víctimas entre las Farc y el Gobierno.
Supuestamente yo habría incurrido en la “falacia de falsa analogía” al ignorar protuberantes diferencias entre el conflicto sudafricano y el colombiano.
Esa objeción es infundada pues, como lo mostraré posteriormente, esas diferencias, que no ignoré, eran irrelevantes para el propósito de mi analogía; pero la crítica es útil para mostrar la naturaleza y utilidad de una analogía, y defender la que hice entre Colombia y Sudáfrica.
Una analogía consiste en asimilar para ciertos propósitos dos cosas o situaciones A y B, que son semejantes pero distintas, por lo cual comparten ciertos rasgos, pero se diferencian en otros, pues si compartieran todos los rasgos serían la misma cosa o situación y no habría analogía sino identidad. Toda analogía es entonces imperfecta pues deja de lado ciertas diferencias y enfatiza ciertas similitudes.
La analogía es entonces buena si los elementos comunes entre A y B son más relevantes que las diferencias. La dificultad reside en que la relevancia no depende de la magnitud de las diferencias o de los elementos comunes sino del propósito que se busca, pues es la finalidad de la analogía la que define qué es lo relevante.
Un ejemplo: una de las analogías más fructíferas de la ciencia es el modelo atómico de Rutheford y Bohr, quienes asimilaron el átomo al sistema solar. Alguien podría criticarlos diciendo: “qué brutos, ¡cómo pueden asimilar algo tan pequeño como un átomo a algo tan grande como el sistema solar!”. Pero este crítico no habría entendido que estos científicos no pretendían comparar el tamaño de estas cosas sino su estructura y dinámica. Y que para ese propósito la analogía es fructífera pues permite imaginar que un átomo tiene un gran “sol” o núcleo de protones y neutrones, en torno al cual giran a gran distancia los pequeños “planetas” o electrones.
Mi columna no pretendió comparar los conflictos sudafricano y colombiano. Tengo claro que son conflictos muy distintos, como expresamente lo dije. Mi finalidad era otra: debatir si, a pesar de esas diferencias, las dos transiciones enfrentaron dilemas semejantes frente a la justicia transicional. Y desde esa perspectiva, las similitudes son más relevantes que las diferencias pues i) ambas son transiciones negociadas, para ii) salir de una situación atroz y en donde iii) la búsqueda de una justicia punitiva total pone en grave riesgo la transición negociada. Y por eso mantengo la conclusión: si alguien defiende la justicia punitiva y está contra la impunidad, entonces no puede éticamente admirar a Mandela y la transición sudafricana, pero condenar el acuerdo de justicia entre las Farc y el Gobierno, que es más exigente en términos de justicia punitiva que la fórmula adoptada en Sudáfrica.