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Elecciones en Nicaragua

Ortega ha seguido de cerca el libreto de los líderes autoritarios para acabar con la democracia: comenzó con un esfuerzo por debilitar y copar los órganos estatales independientes, en especial el poder judicial, a fin de concentrar todo el poder en el gobierno. Así Ortega, con el apoyo de otras fuerzas de derecha, logró tomarse poco a poco la Corte Suprema, ampliando el número de magistrados, reduciendo sus periodos y usando su facultad de nominación para que quedaran únicamente jueces dóciles. | Jeffrey Arguedas, EFE

En las recientes elecciones nicaragüenses, numerosos periodistas, críticos y siete precandidatos fueron encarcelados con cargos ridículos, y los más importantes intelectuales nicaragüenses, que en su momento lucharon contra Somoza, como Sergio Ramírez o Gioconda Belli, debieron exilarse.

En las recientes elecciones nicaragüenses, numerosos periodistas, críticos y siete precandidatos fueron encarcelados con cargos ridículos, y los más importantes intelectuales nicaragüenses, que en su momento lucharon contra Somoza, como Sergio Ramírez o Gioconda Belli, debieron exilarse.

En una entrevista, el gran escritor Sergio Ramírez calificó de “broma macabra” las elecciones en Nicaragua. Y tiene razón pues esas elecciones fueron un chiste ya que los opositores fueron perseguidos y el resultado estaba prefabricado: ¿o alguien dudaba que Ortega y su esposa ganarían? Pero ese chiste es macabro pues es un paso más en la destrucción de la joven democracia nicaragüense.

Este proceso empezó con el ascenso a la Presidencia de Daniel Ortega en 2007, lo cual es doloroso e irónico pues Ortega participó en la heroica lucha sandinista contra la dictadura de Somoza, que triunfó en 1979. Debido a sus propios errores y a la agresión de los Estados Unidos en su contra, la revolución sandinista “no trajo la justicia anhelada para los oprimidos ni pudo crear riqueza y desarrollo, pero dejó como su mejor fruto la democracia”, como lo señala Sergio Ramírez en su libro Adiós muchachos, que hace la memoria de esa epopeya sandinista, en la cual él también participó.

El libreto de esos líderes autoritarios, como Ortega, es conocido y fue descrito por Ziblatt y Levitsky en su conocido libro Cómo mueren las democracias. Ortega lo ha seguido de cerca: comenzó con un esfuerzo por debilitar y copar los órganos estatales independientes, en especial el poder judicial, a fin de concentrar todo el poder en el gobierno. Así Ortega, con el apoyo de otras fuerzas de derecha, logró tomarse poco a poco la Corte Suprema, ampliando el número de magistrados, reduciendo sus periodos y usando su facultad de nominación para que quedaran únicamente jueces dóciles.


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La domesticación del poder judicial logra un doble propósito: el gobierno elude los controles judiciales y, a su vez, usa a los jueces para legitimar alteraciones de las reglas electorales en su favor o reprimir a sus opositores. Y Ortega hizo ambas cosas: como la reelección inmediata estaba prohibida, en vez de reformar la Constitución, logró que la Corte Suprema declarara nula esa prohibición constitucional por supuestamente violar los derechos políticos de Ortega y así ha logrado reelegirse tres veces. Y ha usado también ese poder judicial cómplice para perseguir a sus críticos y opositores. En estas elecciones, numerosos periodistas, críticos y siete precandidatos fueron encarcelados con cargos ridículos, y los más importantes intelectuales nicaragüenses, que en su momento lucharon contra Somoza, como Ramírez o la también gran escritora Gioconda Belli, debieron exilarse.

Otro paso es controlar la información. La prensa crítica ha sido censurada y muchos periodistas han debido exilarse, como Carlos Fernando Chamorro, director del diario Confidencial.

Un ejemplo dramático de ese control informativo ha sido el ocultamiento de los impactos de la pandemia. El gobierno reconoce oficialmente sólo unas 200 muertes, pero un estudio publicado en la prestigiosa revista eLife calcula, con la metodología de “exceso de muertes”, en 7.000 las muertes probables por COVID-19 en ese país, lo cual explica los numerosos entierros clandestinos con los cuales el gobierno ha buscado ocultar esa tragedia.

Finalmente, si la gente protesta, la represión es inmisericorde, para lo cual basta recordar la brutalidad con la cual Ortega respondió a las protestas masivas de 2018, que ocasionó más de 300 muertes, según informes de la CIDH.

Tengo convicciones de izquierda pues creo que las desigualdades sociales extremas, como las de América Latina, pueden y deben ser reducidas. Pero eso debe hacerse en el marco de la democracia y del Estado de derecho. Por eso una izquierda dictatorial como la de Ortega no me representa pues creo que, parafraseando a Sergio Ramírez, ese tipo de izquierdas son una broma macabra.

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