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Jefe de Estado

El presidencialismo une en una misma persona ambas funciones, por lo cual exige del presidente mucha finura y grandeza: tiene que saber poner en suspenso su papel de jefe de gobierno cuando la Constitución le exige actuar como jefe de Estado. | EFE

Nos quedamos sin jefe de Estado en un momento en que ese rol presidencial es crucial para garantizar la imparcialidad y credibilidad del proceso electoral y evitar que desemboque en una violencia política intensificada. ¿Será mucho pedirle al presidente Duque que cumpla en estas elecciones su función constitucional de jefe de Estado?

Nos quedamos sin jefe de Estado en un momento en que ese rol presidencial es crucial para garantizar la imparcialidad y credibilidad del proceso electoral y evitar que desemboque en una violencia política intensificada. ¿Será mucho pedirle al presidente Duque que cumpla en estas elecciones su función constitucional de jefe de Estado?

El cargo de presidente en Colombia es muy exigente, pues el presidente no es sólo jefe de gobierno sino también jefe de Estado. Esto último parece haberlo olvidado el presidente Duque.

Aunque existen discusiones sobre el alcance de ambas funciones, la diferencia básica es la siguiente: el jefe de gobierno encarna una opción partidista que triunfó electoralmente y por ello defiende sus políticas y cuestiona a sus críticos, incluso si eso es divisivo. En cambio, el jefe de Estado es el representante de la nación entera y por ello debe mediar entre las fuerzas políticas enfrentadas, especialmente en momentos de crisis. Es un factor de unidad nacional.

Esa distinción puede parecer inútil y caprichosa, pero no lo es. Las fuerzas políticas en una democracia tienen visiones diversas y se enfrentan, a veces muy duramente, por los votos. La dinámica electoral es divisiva, lo cual no es necesariamente negativo porque ofrece a la ciudadanía diferentes opciones. Sin embargo, esa dinámica puede ser destructora cuando se convierte en una polarización corrosiva, que cuestione las bases de la unidad nacional, sin la cual la democracia perece. Las tendencias divisivas o centrífugas de las elecciones obligan a la democracia a tener también fuerzas centrípetas y puntos fijos de unidad. Uno de ellos es el jefe de Estado, poder integrador frente al inevitable carácter partidista del jefe de gobierno.

Estos roles de jefe de Estado y de gobierno tienen entonces obvias tensiones y es por eso que en los regímenes parlamentarios están encarnados en personas diferentes. El jefe de gobierno es el primer ministro, que es usualmente el jefe del partido mayoritario en el parlamento, mientras que el jefe de Estado es un rey o una reina (en las monarquías parlamentarias, como el Reino Unido), o un presidente (en las repúblicas parlamentarias, como Alemania). Esos reyes (o presidentes) “reinan pero no gobiernan”, como se dice en el argot constitucional, pues no implementan políticas partidistas sino que son factores de unidad y cohesión nacional, ejerciendo ciertas funciones acotadas.


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El presidencialismo une en una misma persona ambas funciones, por lo cual exige del presidente mucha finura y grandeza: tiene que saber poner en suspenso su papel de jefe de gobierno cuando la Constitución le exige actuar como jefe de Estado. Y uno de esos momentos es claramente frente a las elecciones, cuando el presidente debe ser garante de la igualdad electoral de todos los aspirantes, incluso de aquellos que le son antipáticos. Por ello, la prohibición a todo servidor público de intentar influir en las elecciones se torna más estricta frente al presidente, por su importancia y su rol como jefe de Estado. Pero, infortunadamente, el presidente Duque olvidó esa doble función que le impone su cargo y se ha reducido a ser jefe de gobierno o, peor aún, se ha tornado en jefe de debate electoral por su evidente participación en política, especialmente para atacar a Petro, el candidato opositor que lidera las encuestas. La Silla Vacía mostró, por ejemplo, que en uno de cada tres discursos Duque critica las propuestas de Petro.

Nos quedamos entonces sin jefe de Estado en un momento en que ese rol presidencial es crucial para garantizar la imparcialidad y credibilidad del proceso electoral y evitar que desemboque en una violencia política intensificada. ¿Será mucho pedirle, presidente Duque, que cumpla en estas elecciones su función constitucional de jefe de Estado?

P.S. En la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional estamos en duelo por la muerte del querido colega Ernesto Pinilla, quien, en sus más de 40 años de profunda docencia y gran decencia, marcó indeleblemente a generaciones de estudiantes. Lo recordaremos.

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