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Elíxir de Amor

Artistas participan durante el ensayo general de la ópera ‘El elíxir de amor’ en el teatro Julio Mario Santo Domingo. | Mauricio Dueñas, EFE

El gran reto de generar un diálogo intercultural con el mundo indígena es tomarse en serio la forma de ser y de pensar de sus pueblos; sin ello, sus culturas terminan reducidas a objetos museológicos.

El gran reto de generar un diálogo intercultural con el mundo indígena es tomarse en serio la forma de ser y de pensar de sus pueblos; sin ello, sus culturas terminan reducidas a objetos museológicos.

Esta columna fue escrita junto a Juana Monsalve*

Hace un par de semanas el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, en coproducción con la Ópera de Colombia, presentó la ópera El elíxir de amor, de Gaetano Donizetti. La dirección escénica estuvo a cargo del renombrado director de cine Sergio Cabrera, quien decidió situar la obra en una ranchería guajira, donde los personajes principales pertenecían al pueblo wayúu.

En términos musicales, la obra estuvo bien lograda, con un grupo de solistas que respondieron a los requerimientos técnicos de la pieza, una dirección musical a la altura y una intervención destacada del Coro de la Ópera de Colombia. Por el contrario, desde el punto de vista escénico, el montaje dejó mucho que desear, al exotizar al pueblo wayúu presentándolo a través de códigos desde los que sus rancherías se convirtieron en un paisaje europeo alejado de su realidad territorial. La ópera es un género que permite licencias escénicas tanto temporales como geográficas, con ejemplos brillantes en Colombia y alrededor del mundo, pero la puesta en escena de Cabrera recreando los atuendos wayúus dejó de lado sus referentes cosmológicos.

Aparentemente, la escena trata de universalizar la historia mostrando la acción en un contexto alejado de los centros de poder, como pretendía el libreto original de la obra. El problema de situar la acción en la Guajira es que el pueblo wayúu no solo ha estado alejado de los centros de poder, sino que por siglos ha padecido el racismo estructural y el abandono estatal, estando hoy en riesgo de exterminio físico y cultural. En este contexto, impulsar un homenaje al pueblo wayúu, como aparece descrito en el programa de mano de la obra, debería implicar un esfuerzo mayor para, por medio del arte, dar a conocer sus fuentes de pensamiento.

Además, la puesta en escena hizo uso de blackface, maquillaje usado para representar a personajes negros, una práctica caduca que en los últimos años se ha criticado hasta el cansancio en el mundo del espectáculo, al ser una forma de violencia simbólica hacia personas racializadas. Sobre esto último, resulta increíble que el uso de blackface haya pasado todos los filtros del teatro y la producción de la obra, dejando al descubierto el poco compromiso de estos entes culturales con las situaciones de discriminación racial a nivel nacional y global.

El pensamiento wayúu ha logrado consolidar un cuerpo literario que se mueve con versatilidad entre el mundo indígena y no indígena integrando hábilmente su tradición oral en poemas, cuentos y novelas que hoy hacen parte del canon de la tradición occidental. Es precisamente este giro generoso con el pensamiento del Otro del que carece el concepto de la obra. Así, por ejemplo, su puesta en escena termina folclorizando la figura del palabrero wayuu que es presentado como notario europeo. Al respecto, habría que anotar que, aplicado por los pütchipü’üis o palabreros, el derecho wayúu fue declarado por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, entre otras razones, por su sofisticación conceptual para moverse entre mundos disímiles generando acuerdos entre las partes en disputa.

El gran reto de generar un diálogo intercultural con el mundo indígena es tomarse en serio la forma de ser y de pensar de sus pueblos; sin ello, sus culturas terminan reducidas a objetos museológicos. Lograr el entendimiento entre mundos diferentes no es tarea fácil y la intención de este escrito no es la de pontificar, sino hacer un llamado a la reflexión.

Así, es innegable la importancia de Sergio Cabrera en el mundo de las artes, ya que su obra en conjunto ha contribuido a la conciencia crítica del cine colombiano. Ojalá que en el futuro su incursión en la música académica y especialmente en la ópera, un género con connotaciones elitistas en nuestro medio, se relacione más con la diversidad latinoamericana y su riqueza cultural.


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* Profesora asistente de canto e investigadora en temas de inclusión y diversidad en la música académica de la Universidad de los Andes.

De interés: Colombia / La Guajira

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