¿En favor de los niños?
Rodrigo Uprimny Yepes febrero 1, 2015
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Si realmente la adopción por parejas del mismo sexo representara un riesgo para el adoptado, yo me opondría a esa posibilidad pues la adopción existe para que un niño sin hogar logre una familia, y no tanto para que los padres adoptantes puedan tener un hijo. El derecho prevalente es entonces el de los niños a ser adoptados.
Si realmente la adopción por parejas del mismo sexo representara un riesgo para el adoptado, yo me opondría a esa posibilidad pues la adopción existe para que un niño sin hogar logre una familia, y no tanto para que los padres adoptantes puedan tener un hijo. El derecho prevalente es entonces el de los niños a ser adoptados.
Pero en realidad ese riesgo no existe. La evidencia académica demuestra abrumadoramente que las personas criadas por parejas o personas homosexuales tienen el mismo desarrollo psicológico que aquellas criadas por parejas o personas heterosexuales. Así lo han confirmado por medio de “metaestudios”, que son revisiones juiciosas de los estudios existentes, instituciones de alta credibilidad académica, como las asociaciones americanas de psicología, pediatría y sociología. O en Colombia lo han reiterado universidades tan serias como los Andes, la Nacional o la del Valle, el Colegio Colombiano de Psicólogos, o el ICBF.
El único estudio que plantea un supuesto desajuste psicosocial de los niños criados por padres homosexuales es uno de Mark Regnerus, citado insistentemente por los opositores a la adopción igualitaria. Pero es un estudio aislado, que no rompe el abrumador acuerdo académico en esta materia. Y más importante aún, ese trabajo ha sido severamente criticado por sus sesgos y errores metodológicos. Regnerus no comparó realmente parejas homosexuales estables con parejas heterosexuales estables sino niños criados en hogares homosexuales inestables con hogares heterosexuales estables. Era la estabilidad de los hogares lo que marcaba la diferencia, no que fueran homosexuales o heterosexuales.
Las parejas del mismo sexo plantean entonces los mismos riesgos y beneficios que las parejas heterosexuales en casos de adopción. Si la pareja, sea homosexual o heterosexual, forma un hogar sólido, entonces al adoptado le irá bien. Por el contrario, si la pareja, sea homosexual o heterosexual, forma un hogar inestable y problemático, al adoptado no le irá bien. La solución razonable es entonces que en cada caso concreto, las autoridades encargadas de la adopción analicen cuál pareja ofrece un mejor hogar al adoptado; en algunos casos será la pareja heterosexual y en otros la del mismo sexo.
No hay pues razones para prohibir la adopción por parejas del mismo sexo invocando el interés superior del niño. En realidad, una prohibición así no sólo discrimina a las parejas homosexuales, lo cual ya es grave, sino que además afecta el interés superior de los niños, pues priva de la posibilidad de ser adoptados por parejas homosexuales estables, que les darían un buen hogar, a muchos de los miles de niños que están a la espera de que alguien los adopte, incluidos los más de 5.200 de difícil adopción, que hoy están bajo custodia del ICBF y que ninguna pareja heterosexual ha querido adoptar. Quedan entonces dudas de que quienes se oponen a la adopción igualitaria estén genuinamente preocupados por los niños y niñas sin hogar.