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Cuando Oscar Wilde entró a la cárcel a pagar su condena por sodomía, dejó de ser el poeta popular e ingenioso de finales del siglo XIX.

Cuando Oscar Wilde entró a la cárcel a pagar su condena por sodomía, dejó de ser el poeta popular e ingenioso de finales del siglo XIX.

Se convirtió en el interno C-3.3, por la identificación de la puerta de su celda. Hoy, casi 120 años después, recibe un conmovedor homenaje en el lugar donde sus horas fueron más largas. Este otoño, por primera vez, la cárcel de Reading en Inglaterra abre sus puertas a una exposición con artistas como la colombiana Doris Salcedo, para reflexionar sobre la opresión del sistema carcelario y la represión a la diversidad sexual.

Para los que visitamos Reading en pleno siglo XXI es difícil imaginar que Wilde fuera condenado a dos años de trabajos forzados (1895-1897), en los que se quebraron su fuerza y su espíritu. Fue una víctima del sistema, condenado por amar al joven hijo de un marqués. Salió de la cárcel enfermo, sin dinero, abandonado por su esposa y con prohibición de ver a sus hijos. El 30 de noviembre de 1900, con escasos 46 años, fue enterrado en Francia, porque Inglaterra no supo tolerar su osadía de amar hombres: murió el poeta lejos de su hogar, le cubre el polvo de un país vecino.

La homofobia británica se materializaba en una ley de 1895, que convertía en criminal a cualquier hombre que hubiera cometido un acto de “flagrante indecencia”. Se interpretaba como indecente cualquier acto sexual público o privado entre hombres, pues las mujeres, según la reina Victoria, no cometían indecencias sexuales. Y así fue hasta 1967, cuando se despenalizó la homosexualidad en el Reino Unido. En Colombia, los actos homosexuales fueron penalizados en 1936, en defensa de la sociedad, para proteger la “estética personal” y la “virilidad verdadera”. Y luego despenalizados en 1980, por influencia paradójica de las normas británicas y gracias a la labor de juristas, como Lisandro Martínez, quienes se empeñaron en separar el derecho de la moral e insistieron en que la virilidad no era un principio jurídico ni científico.

La cárcel victoriana de Reading fue diseñada bajo la influencia de Jeremías Bentham para quien debía generarse un espacio desde el cual se pudiera ver a todos los reclusos. Además, en la época de Wilde el régimen carcelario, conocido como separatista, estaba diseñado para eliminar cualquier tipo de contacto entre los internos y prevenir que se corrompieran entre ellos con sus enfermedades y malos pensamientos. Así, cada interno podía salir de su cubículo encapuchado y solo para 1-2 horas de ejercicios o rezos individuales. En Bogotá, el Panóptico, hoy Museo Nacional, fue diseñado en 1874 según el mismo sistema disciplinario propuesto por Bentham: el mínimo de esfuerzo y el máximo de control.

La evolución humana ha servido para cuestionar la prisión e intentar proponer castigos con más utilidad, pues los sistemas diseñados hasta hoy no sólo no son resocializadores, sino también que el encierro, en sí mismo, es desocializador. Aún no encontramos la fórmula de la sanción penal ni tampoco la verdadera inclusión a la diversidad, pero seguimos buscando.

C-3.3 ya no es el símbolo de una afrenta que tuvo que compensar el propio Gobierno británico con la reciente Ley Turing, al reconocer su equivocación frente a los homosexuales. Es una puerta convertida en una instalación artística de celda sin paredes que, hoy más que nunca, obliga a reflexionar sobre la libertad, la cárcel y la igualdad en nuestra sociedad.

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