Entrar y salir del mundo
César Rodríguez Garavito Mayo 4, 2018
CRG_Columna_Razón |
Es bastante más fácil decirlo que hacerlo. Pero en buena parte consiste en que autores y lectores restauremos umbrales que hemos olvidado —entre el trabajo y el descanso, entre la conversación y el silencio, entre el domingo y el lunes— para recuperar periódicamente la posibilidad de ver la coyuntura con nuevos ojos.
Es bastante más fácil decirlo que hacerlo. Pero en buena parte consiste en que autores y lectores restauremos umbrales que hemos olvidado —entre el trabajo y el descanso, entre la conversación y el silencio, entre el domingo y el lunes— para recuperar periódicamente la posibilidad de ver la coyuntura con nuevos ojos.
Hace poco, en sus columnas, Salomón Kalmanovitz y mi colega Mauricio García tuvieron un interesante intercambio de argumentos sobre la inutilidad de los argumentos. “No importa lo que uno opine o publique, no va a tener ningún efecto sobre las fuerzas profundas de la sociedad, desatadas por los llamados al odio, al miedo y a los fantasmas imaginados que van a definir el futuro de la República”, escribió Kalmanovitz, tirando la toalla (o la pluma) ante la polarización y la ventaja de los extremos estridentes en el debate electoral actual.
Mauricio concordó con Salomón: las redes sociales, que premian la pulla venenosa y castigan la evidencia razonada, han devaluado la investigación y el análisis. Termina con una coda más esperanzadora: antes que dedicarse a otra cosa, como quisiera Salomón, hay que retirarse un tanto de la coyuntura diaria para pensar los problemas de mediano plazo y construir los argumentos que serán necesarios más adelante, cuando vuelvan mejores tiempos para la razón.
Comparto el diagnóstico y el llamado de Mauricio, aunque creo que hay una tercera salida que no riñe con la suya y por la que personalmente me inclino: afinar el arte de entrar y salir constantemente de la coyuntura, oscilando entre el debate del momento y el pensamiento de largo plazo que lo puede iluminar.
Es bastante más fácil decirlo que hacerlo. Pero en buena parte consiste en que autores y lectores restauremos umbrales que hemos olvidado —entre el trabajo y el descanso, entre la conversación y el silencio, entre el domingo y el lunes— para recuperar periódicamente la posibilidad de ver la coyuntura con nuevos ojos.
Blaise Pascal decía que todos los problemas del ser humano surgían de su incapacidad para sentarse solo y en silencio en una habitación —incluyendo, claro, la incapacidad para debatir, escuchar y argumentar—. Son cada vez más quienes buscan un momento al día para meditar o tener un momento de silencio, de la forma que mejor les venga. También crece el número de quienes cada fin de semana, o cada vez que pueden, intentan darse lo que los japoneses llaman un “baño de árboles” (shinrin-yoku). Avanzan en silencio por alguno de los bosques que aún quedan en pie, y restauran en pocas horas la concentración y la calma, como lo han mostrado un estudio tras otro. Cuando me sumo a ellos, me reconforta cruzarme con caminantes que también están buscando liberarse de la tiranía del ritmo 24/7 y creen, como el escritor Pico Iyer, que “es solo tomando alguna distancia del mundo que uno lo puede ver completo, y tratar de entender qué se debe hacer con él”.
Nada de esto basta para recuperar el valor de la razón y contrarrestar la sinrazón que domina las redes sociales y el debate político. Pero habrá que seguir encontrando formas personales y colectivas de entrar y salir de la coyuntura, de tomar distancia del mundo sin abandonarlo. De lo contrario, puede ser que no quede mucho de él al regreso.