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Echar más palabras a la guerra es como echar más leña al fuego, dijo alguna vez Fernando Savater.

Echar más palabras a la guerra es como echar más leña al fuego, dijo alguna vez Fernando Savater.

Por eso es tan difícil terminar una guerra: no solo hay que desarmar a los combatientes, sino también a los espíritus exaltados que dicen cosas como si estuvieran disparando. Esa tarea, dicho sea de paso, es más política que espiritual: no se necesita que los que piensan distinto terminen queriéndose, basta con que no se traten como enemigos, sino como contradictores. Más que invocar el amor, lo que hay que hacer es lograr el respeto.

El desarme de los espíritus es algo difícil, debido al tipo de conflicto que hemos tenido. Un conflicto que no solo enfrentó al Estado con las guerrillas (degradadas por el narcotráfico), sino también a éstas con los paramilitares. Estos, a su turno, promovieron una guerra sucia apoyada por amplios sectores de la población y de la clase política y bajo la mirada complaciente, y a veces cómplice, del Ejército. Esta guerra a tres bandas, en donde lo legal se confundió con lo ilegal, manchó el honor de los combatientes y la inocencia de la sociedad civil, para no hablar de los estragos que hizo en la clase política. La consecuencia de todo ello es que tenemos víctimas, victimarios, culpas y odios de todos lados.

Para desarmar los espíritus en este contexto multifacético se han ideado dos estrategias: la primera toca la sensibilidad de la gente y consiste en hacer visibles a las víctimas; la segunda está dirigida al conocimiento y consiste en explicar lo que ha ocurrido en estos 50 años de guerra. Para lo primero se hizo una lista de víctimas que irán a La Habana a contar sus historias. Para lo segundo se conformó un grupo de académicos expertos en el conflicto armado que intentará mostrar las complejidades de la guerra que ha vivido Colombia.

Es difícil descalificar estas dos iniciativas. Dejar que las víctimas hablen no solo es algo justo, sino que sirve para entender mejor el dolor que esta guerra ha causado y de esta manera ambientar la paz. De otra parte, es muy importante que la comisión de expertos en el conflicto trate de hilvanar una versión unificada sobre lo ocurrido en todos estos años y lo haga mostrando las complejidades que los políticos dejan de lado. No hay que olvidar que Colombia cuenta con un grupo de académicos reconocidos mundialmente por sus estudios sobre la violencia, muchos de los cuales, con visiones políticas diversas, están hoy hablando en La Habana.

Desafortunadamente las dos iniciativas tardaron más en ser anunciadas que en ser criticadas. Así lo hizo la inefable senadora María Fernanda Cabal, quien esta semana descalificó a una de las víctimas por saludar con una sonrisa a alguien que ella, Cabal, suponía era un negociador de las Farc. Me imagino el tamaño del odio que debe sentir esta señora cuando se indigna por el solo hecho de que una víctima le sonría a uno de sus enemigos. De otra parte, el no menos singular procurador Ordóñez salió a descalificar a los académicos del conflicto con el argumento de que no puede haber verdad oficial sobre los hechos. (Eso me recuerda el conocido episodio de la guerra civil española, cuando el general José Millán interrumpió a don Miguel de Unamuno, rector de la universidad de Salamanca, con los gritos de “viva la muerte” y “abajo la inteligencia”).

Así pues, el odio de muchos es tal que no están dispuestos a dejarse conmover por las víctimas, ni a dejarse convencer por los expertos en el conflicto armado. Es como si estas personas reivindicaran dos derechos: uno a la insensibilidad y otro a la ignorancia.

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