Estadios, atrocidades y memoria
Rodrigo Uprimny Yepes julio 5, 2015
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Para quienes fuimos jóvenes en los setenta, la final de la Copa América de ayer entre Argentina y Chile en el Estadio Nacional de Santiago evoca ciertas asociaciones entre dos estadios emblemáticos y dos dictaduras atroces.
Para quienes fuimos jóvenes en los setenta, la final de la Copa América de ayer entre Argentina y Chile en el Estadio Nacional de Santiago evoca ciertas asociaciones entre dos estadios emblemáticos y dos dictaduras atroces.
El vínculo más conocido es que el Estadio Nacional, que es un símbolo del fútbol pues fue la sede de la final de la Copa Mundo de 1962, se convirtió, en las semanas posteriores del golpe de Pinochet contra Allende en 1973, en un verdadero campo de concentración. Allí fueron recluidas, en condiciones terribles, más de 20.000 personas y muchas de ellas fueron además torturadas, ejecutadas y desaparecidas.
Menos conocidos pero igualmente significativos fueron los vínculos de otro estadio emblemático con las atrocidades de la dictadura argentina.
En 1978, en el Monumental de River, en Buenos Aires, Argentina ganó su primera Copa Mundo al derrotar a Holanda. En la tribuna de honor estaban Videla y los demás miembros de la junta militar que había derrocado a Isabel Perón en 1976. Eran los años más duros de esa dictadura atroz, que aprovechó el Mundial y el triunfo argentino para ganar una cierta popularidad, lo cual ya establece un primer vínculo poco honroso entre el Monumental y el terror.
Años después supimos que había además otro vínculo, menos visible pero más cruel. A muy pocas cuadras del Monumental quedaba la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), que fue uno de los principales centros de detención clandestina de la dictadura. En esos años pasaron por la ESMA unos 5.000 detenidos, la mayor parte de los cuales fueron torturados y desaparecidos, muchos botados vivos al mar. En 1978, mientras la multitud gritaba jubilosa los goles en el Monumental, a algunas centenas de metros, en la ESMA, los gritos tenían un sentido muy distinto.
Los vínculos de esos dos estadios emblemáticos con dos dictaduras pavorosas son dolorosos para quienes amamos el fútbol. Pero también hubo resistencias que reconfortan un poco: en 1978, en Argentina, los jugadores holandeses, al recibir el trofeo de subcampeones, se negaron a saludar a los integrantes de la junta militar. Y más significativo aún, en 1974, cuando el poderoso Pinochet despidió al seleccionado que iba al Mundial en Alemania, el goleador del equipo, Carlos Caszely, se negó a estrecharle la mano. Fue una de las primeras resistencias públicas a la dictadura.
Pero sobre todo el retorno de la democracia en los dos países ha significado una revancha. Desde 2003, el Estadio Nacional es un monumento nacional, que les recuerda a los asistentes a los eventos deportivos las atrocidades del régimen militar. Y la ESMA, vecina del Monumental, es desde 2007 una forma de museo, abierto al público, que busca preservar la memoria de las víctimas y promover los derechos humanos.
Estas revanchas humanitarias generan optimismo, incluso en los difíciles momentos que vivimos en Colombia, pues muestran que ningún país está condenado a padecer eternamente las atrocidades.