Ética y economía
Mauricio García Villegas Febrero 1, 2014
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Hay semanas en las que no encuentro de qué escribir y otras en las que me sobran los temas.
Hay semanas en las que no encuentro de qué escribir y otras en las que me sobran los temas.
En esta ocasión tenía en mente tres columnas: una a propósito del informe de Oxfam sobre la desigualdad en el mundo, publicado el 20 de enero pasado; otra sobre el discurso al Congreso del presidente Obama del pasado martes, y una más sobre la conferencia que dictó Michael Sandel este jueves en la Universidad de los Andes.
Como no quiero abandonar ninguno de esos temas voy a hablar de algo que tienen en común: la relación entre ética, política y economía.
El informe de Oxfam (Gobernar para las élites) se refiere al aumento de la brecha entre ricos y pobres en el mundo. Según él, la mitad de la riqueza mundial está concentrada en manos del 1% más rico de la población. Más chocante aún, la mitad más pobre posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo y sólo el 10% de la población concentra el 86% de los recursos del planeta. Los ricos se han vuelto cada vez más ricos. En los Estados Unidos, por ejemplo, el 95% de la recuperación económica que se logró desde 2008 benefició tan sólo al 1% más rico. Lo peor de todo esto es que los gobiernos están siendo secuestrados por ese 1% para que gobiernen a su servicio. Ante estos hechos, el informe recuerda las palabras de Louis Brandeis: “Podemos tener democracia o podemos tener riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas”.
El discurso del presidente Obama al Congreso, por su parte, está en sintonía con el informe de Oxfam. Hoy, después de cuatro años de crecimiento económico, dijo Obama, los beneficios empresariales y los precios de las acciones rara vez han sido más altos, y a los más ricos nunca les fue mejor. Los salarios medios, en cambio, apenas se han movido, lo cual ha hecho que la desigualdad se haya profundizado y la movilidad social hacia arriba se haya estancado. Las mayorías republicanas no sólo ven con indiferencia estos cambios sino que obstaculizan las tímidas reformas sociales que quiere llevar a cabo el presidente. De ahí su advertencia (poco creíble, a decir verdad) de que esta vez hará tales reformas con o sin la ayuda del Congreso.
En su conferencia del jueves pasado, Michael Sandel (uno de los filósofos vivos más influyentes del mundo) presentó las ideas de su último libro (What Money Can’t Buy) sobre las consecuencias éticas y políticas de la concentración actual de la riqueza. Desde hace un par de décadas, dijo, estamos pasando de la “economía de mercado” a una “sociedad de mercado”, en donde el dinero determina todos los aspectos de la vida en sociedad. Bienes que antes no eran comprables, como por ejemplo una celda más cómoda en una cárcel, un primer puesto en la fila de un aeropuerto, el ingreso de soldados extranjeros al ejército, un cupo en una universidad para un estudiante mediocre, un riñón para un trasplante y hasta la voluntad de un legislador, hoy están sometidos a las leyes de la oferta y la demanda. La idea del ciudadano, con iguales derechos y oportunidades, está siendo reemplazada por la idea del consumidor.
Para enfrentar esta situación, Sandel aboga por una ciudadanía activa, que delibere sobre esos temas y que se organice políticamente para ponerle freno al poder que tienen hoy las élites para secuestrar los bienes públicos.
En medio del debate casi siempre mezquino y parroquial de nuestras campañas electorales, estas son ideas que valdría la pena analizar y discutir. Pero no, pasan de lado.