Federalismo
Mauricio García Villegas Agosto 9, 2014
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El prestigio de Francisco Maturarana se vino a pique cuando, después de un partido, dijo su frase más célebre: “perdimos, pero ganamos un poco”.
El prestigio de Francisco Maturarana se vino a pique cuando, después de un partido, dijo su frase más célebre: “perdimos, pero ganamos un poco”.
El país entero se le vino encima y lo trató como un imbécil que no sólo perdía los partidos sino que hacía el ridículo. Pero la verdad es que este hecho habla menos mal de Maturana que del país, un país que no es capaz de aprender de sus fracasos.
No voy a hablar de fútbol, sino de un caso en donde tampoco supimos aprender del fracaso. Me refiero al colapso del federalismo que rigió en Colombia entre 1863 y 1886 y que fue luego aplastado por los voceros de la Regeneración y, desde entonces, desterrado del imaginario político nacional.
Ahora que se habla tanto de reformas, creo que hay que acabar con ese destierro y repensar las bondades del federalismo, de las cuales, dicho sea de paso, casi nadie dudaba (ni liberales ni conservadores) a mediados del siglo XIX.
Esas bondades casi que se observan a simple vista. Basta ver la cartografía de este país para pensar que este es el modelo que mejor se adapta a nuestro territorio. He oído preguntar a muchos extranjeros que viajan por la accidentada geografía nacional por qué Colombia no tiene un sistema federal. La Constitución de 1886 quiso remediar el aislamiento de las regiones fortaleciendo el centro institucional (lo cual era necesario), pero lo hizo atrapado en la ilusión jurídica que supone que la ley impera en todas partes por el simple hecho de que así lo dice la Constitución. Las regiones quedaron formalmente incorporadas pero fácticamente aisladas; peor aún, la incorporación formal fue la razón para no hacer nada y perpetuar el aislamiento fáctico.
Después de más de un siglo de la gran reforma antifederal de 1886, la periferia del país sigue abandonada a su propia suerte. En un libro reciente hecho en Dejusticia (El derecho al Estado) mostramos cómo el 62% del territorio nacional (229 municipios en donde habitan seis millones de personas, es decir el 14% de la población), no tiene un Estado capaz de imponer la Constitución y la ley.
Pero eso no es todo. El modelo unitario no sólo no consiguió integrar al país sino que debilitó las élites regionales y lo hizo a cambio de fortalecer el clientelismo de los políticos que intermedian entre el centro y la periferia. Un sistema federal, en cambio, podría lograr un mejor balance entre las necesidades de autonomía regional y las necesidades de unidad nacional. El fortalecimiento de instancias regionales evitaría, por ejemplo, el actual desencuentro que existe entre Bogotá y los municipios.
La Constitución de 1991 quiso remediar estos problemas con la descentralización. Pero esta también ha tenido muchos problemas debido a que en buena parte del país el poder delegado a las regiones terminó siendo capturado por poderosos locales de todos los pelambres (legales e ilegales). Así como el federalismo del diecinueve naufragó por falta de instituciones centrales, la descentralización colapsó por falta de instituciones locales.
La victoria del Estado unitario en 1886 sirvió para impedir la disolución del país, pero ese triunfo fue tan aplastante que borramos de nuestras mentes las bondades que el federalismo, como modelo de construcción de Estado, tenía para Colombia. Para decirlo con la lógica de Maturana, ganar, a veces, también es perder un poco.
Así pues, el federalismo no busca integrar al país a punta de símbolos y de normas jurídicas, sino a través de un diseño institucional equilibrado y en sintonía con la realidad social, política y geográfica del país. Por esto es que creo que el federalismo se merece un nuevo debate nacional.