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En su última columna, “la ley del embudo”, Salud Hernández dice que quienes critican al procurador son fundamentalistas religiosos que defienden un modelo sagrado de sociedad. Hernández los acusa de cometer el mismo pecado que estos denuncian (la intolerancia) pero sin oír sus argumentos.

En su última columna, “la ley del embudo”, Salud Hernández dice que quienes critican al procurador son fundamentalistas religiosos que defienden un modelo sagrado de sociedad. Hernández los acusa de cometer el mismo pecado que estos denuncian (la intolerancia) pero sin oír sus argumentos.

En su última columna, “la ley del embudo”, Salud Hernández dice que quienes critican al procurador son fundamentalistas religiosos que defienden un modelo sagrado de sociedad. Hernández los acusa de cometer el mismo pecado que estos denuncian (la intolerancia) pero sin oír sus argumentos.

Así discuten los niños y las parejas que ya no se oyen. ¿Que yo soy un egoísta?, pues más egoísta serás tú; ¿intolerante yo?, pero si aquí el único intolerante eres tú; y así pelean los políticos: ¿corrupto yo?, más corrupto será usted. Hernández no responde a los argumentos del otro, solo descalifica (cuando no insulta) a sus contradictores.
A ver si oyendo los argumentos de la otra parte y respondiendo a lo que dicen, le ponemos un poco de altura a este debate.
Lo que yo y muchos otros hemos dicho es lo siguiente: al desconocer, por motivos religiosos, la jurisprudencia sobre el aborto, el procurador está violando la Constitución que él mismo está llamado a defender. En cualquier Estado de derecho serio, un funcionario de estos renunciaría. En Colombia, en cambio, el procurador se convierte en un abanderado de la familia y de la moral. Ordóñez, como ciudadano, puede pensar que lo mejor para Colombia es una teocracia católica; más aún, puede intentar, por la vía política, llegar al poder y crear esa teocracia. Lo que no puede es subvertir el sistema a través de sus actuaciones; que fue justamente lo que intentó hacer el miércoles pasado con su fingida retractación; allí, palabras más palabras menos, dijo lo siguiente: dado que me obligan a decir que lo que dije no es cierto, digo que lo que dije no es cierto; pero ahora que ya lo dije, puedo decir que en realidad dije la verdad y que los voy a demandar por eso.
En un Estado de derecho, como en una Iglesia, quienes están encargados de interpretar y aplicar las normas tienen que creer en esas normas o, de lo contrario, renunciar a esos encargos. Así como Roma no permite que haya cardenales ateos, un Estado de derecho no puede permitir que haya altos funcionarios sediciosos, que descrean de sus leyes. A propósito, ¿qué pensaría la señora Hernández si Ordóñez, en lugar de ser un partidario de la teocracia católica, fuera un marxista convencido y en lugar de desconocer la jurisprudencia sobre el aborto estuviera desconociendo la jurisprudencia sobre la propiedad privada? Estoy casi seguro de que Hernández ya le habría pedido (después de insultarlo) la renuncia.
La diferencia entre el Vaticano y la democracia es que en esta última puede haber disenso político y en aquella no. Se requiere, eso sí, que ese disenso se ejerza a través del debate electoral, no a través del ejercicio de la función pública. Puede haber funcionarios de todos los credos y esos credos pueden incidir en sus decisiones, pero siempre y cuando ello se haga dentro de los límites de interpretación razonable que impone la Constitución.
Esta petición de respetar las reglas de juego, pregunto, ¿es una petición fundamentalista? No lo creo.
La posición de Hernández me recuerda la de ciertos evangélicos gringos cuando exigen que los profesores de ciencia de los colegios públicos expliquen la versión bíblica de la creación del mundo con la misma imparcialidad con la cual explican la teoría de la evolución de las especies. Ante la protesta de los profesores de ciencias frente a semejante reclamo, la reacción de los evangélicos es similar a la de Hernández: ¿fundamentalista yo que enseño cómo Dios creó el mundo en 8 días?; no señor, fundamentalista usted que solo enseña lo que dijo Charles Darwin

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