Fútbol y cultura ciudadana
Mauricio García Villegas Junio 28, 2014
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Los recientes triunfos de la selección de Colombia no sólo han sacado a relucir sentimientos nobles de unidad nacional y amor por este país, sino también esa dificultad que tenemos los colombianos para celebrar sin violencia.
Los recientes triunfos de la selección de Colombia no sólo han sacado a relucir sentimientos nobles de unidad nacional y amor por este país, sino también esa dificultad que tenemos los colombianos para celebrar sin violencia.
El fútbol nos recuerda, como si hiciera falta, que cuando estamos de fiesta no sabemos cómo espantar a la muerte.
Hoy, en Río de Janeiro, Colombia juega con Uruguay, y si le gana, la celebración será tan apasionada como peligrosa (¿recuerdan los 87 muertos del 5 a 0 contra Argentina?). Por eso muchos alcaldes han decidido imponer la ley seca. Esta drástica medida es sin duda una solución necesaria. Si a un alcalde lo ponen a escoger entre, por un lado, una celebración libre y sin restricciones, pero con diez muertos a sus espaldas, y, por el otro, una celebración reprimida pero en paz, escoge lo segundo. Más aún, un alcalde responsable prefiere una derrota en paz que un triunfo con muertos.
Pero si bien esa medida parece indispensable no debería ocultarnos el hecho de que se trata de una solución extrema, que conlleva una restricción brutal de la libertad, empezando por la libertad de los establecimientos de comercio que venden licor. Peor aún, se trata de una medida que no resuelve el problema de fondo y que no es otro que la falta de cultura ciudadana de una buena parte de los hinchas.
La cultura ciudadana es una actitud de respeto por el espacio público y sobre todo por quienes se encuentran en él. Ese respeto implica cumplir con normas básicas de convivencia, como por ejemplo esperar el turno, no atropellar al otro, no hacer escándalo, ayudar a quien se cae, ceder el puesto a los ancianos, etc. Quienes hacen cumplir esas normas no son, por lo general, los policías, sino los mismos ciudadanos, y lo hacen denunciando pública y colectivamente a quienes violan esas reglas. Es la vergüenza, más que la multa o el arresto, lo que funciona en estos casos.
(Desafortunadamente, aquí muchos creen que comportarse como un patán en la calle es un derecho y pocos son los que se indignan, menos aún los que protestan). Así pues, el remedio para resolver este problema de impunidad social (peor que la impunidad penal) no es la represión sino la cultura ciudadana, como bien lo dijo y lo aplicó con éxito Antanas Mockus en Bogotá cuando fue alcalde.
Esto no tiene nada que ver con la actitud moralista de quien se las da de corrector de la disciplina. No, lo que digo es en defensa de una regla elemental de la vida en sociedad que exige el respeto de la igualdad entre las personas y la defensa del carácter ciudadano del espacio público.
Pero vuelvo a lo de la ley seca. Aquí tenemos tanto de buen fútbol como poco de cultura ciudadana, y si los triunfos de la selección de Colombia son una maravilla, tener que celebrarlos sin poderse tomar una cerveza en un restaurante es, a mi juicio, una vergüenza nacional.
Es por eso que las expresiones exaltadas de amor patriótico y heroísmo criollo que se viven hoy en Colombia por causa del fútbol (alentadas por publicistas que venden cerveza y tiquetes aéreos con poesía de telenovela) me parecen una desmesura mercantilista que raya en lo ridículo (para eso también somos buenos).
Pero así es el patriotismo: un sentimiento selectivo que exalta las virtudes de un puñado de gente valiente y silencia los defectos de una gran masa de gente ramplona. Peor aún, el espíritu patriótico es, con mucha frecuencia, gente ramplona creyéndose valiente por causa ajena.