Gestos que matan o salvan vidas
Rodrigo Uprimny Yepes febrero 18, 2018
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Estamos entrando a un periodo electoral turbulento y peligroso. Nuestros líderes políticos tienen una responsabilidad moral y política enorme, que no pueden eludir.
Estamos entrando a un periodo electoral turbulento y peligroso. Nuestros líderes políticos tienen una responsabilidad moral y política enorme, que no pueden eludir.
En sociedades divididas, hay palabras y gestos que incrementan los odios y desembocan en violencias, a veces letales y masivas. Las palabras a veces matan. Pero en esas mismas sociedades divididas, las personas, y en especial los líderes, pueden decir cosas y realizar gestos que, sin desconocer las diferencias, tiendan puentes de humanidad entre los bandos enfrentados, con lo cual reducen las enemistades y evitan violencias letales y masivas. Las palabras a veces salvan vidas.
En Colombia existen muchos casos de palabras y gestos que han provocado violencias terribles. Recordemos por ejemplo a monseñor Builes, obispo de Santa Rosa de Osos, quien desde los años 40 atizó los odios contra los liberales y los comunistas e invitó a los católicos a combatirlos “hasta la última gota de sangre”, con lo cual alimentó las terribles violencias de ese período.
Infortunadamente el caso de Builes no es único. En otros momentos y otras regiones, otros personajes han alimentado también con sus palabras y sus gestos nuestros odios y violencias. Basta tomar en cuenta las recientes declaraciones y gestos guerreros del Eln frente a un país que clama por salir de la guerra residual que persiste con este grupo. Es más, esa tradición de violencia sectaria ha sido tan larga y amplia y ha sido tan cuidadosamente documentada que a veces los colombianos creemos que es la esencia de nuestra nacionalidad. Pero no es así: al lado de esa innegable historia de enfrentamientos sectarios violentos, los colombianos hemos logrado desarrollar experiencias extraordinarias de convivencia democrática y de acercamiento entre rivales, incluso en condiciones muy difíciles.
Una de esas experiencias notables es la del municipio de Aguadas, en Caldas, que fue documentada por Paul Oquist en su tesis doctoral sobre la violencia de los 50, luego publicada como libro (Violencia, conflicto y política en Colombia). Este caso es extraordinario porque Aguadas fue una especie de isla de paz en una región de violencia muy intensa en esos años: el norte de Caldas y el sur de Antioquia. ¿Qué pudo explicar esta paz en Aguadas? La respuesta de Oquist parece tan de ficción que cuando la comenté a uno de mis hijos no me creyó y sólo la aceptó después de leer el texto de Oquist.
El misterio de Aguadas residió en que las élites locales conservadora y liberal hicieron esfuerzos consistentes en esos años por conservar un entendimiento democrático en el municipio, a pesar de la violencia bipartidista que existía en gran parte del país y en la región circundante, para lo cual, cuenta Oquist, “renovaban periódicamente su alianza mutua en reuniones ceremoniosas efectuadas en la plaza pública y ante gran concurrencia”. Las ceremonias y los gestos de esas élites de Aguadas le evitaron así a ese municipio el terror que vivieron sus vecinos.
La experiencia de paz de Aguadas es notable, pero no es única. En esa época otras regiones, como la costa Atlántica o Nariño, lograron igualmente escapar a la violencia por entendimientos semejantes de sus élites locales. Y en otros períodos hemos tenido igualmente élites locales o nacionales que han logrado gestos y palabras que han salvado vidas.
Estamos entrando a un periodo electoral turbulento y peligroso. Todos nosotros, pero especialmente los líderes políticos, tenemos una responsabilidad moral y política enorme, que no podemos eludir: tenemos que decidir si atizamos los odios, con palabras y gestos polarizantes, semejantes a los de monseñor Builes, lo cual podría desembocar en violencias terribles. O si optamos por el ejemplo pacificador de los líderes locales de Aguadas, cuyos gestos y palabras salvaron muchas vidas.