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Aprendí a leer periódico con Daniel Samper Pizano, con sus columnas y sus postres de notas.

Aprendí a leer periódico con Daniel Samper Pizano, con sus columnas y sus postres de notas.

Como leer y escribir son dos caras de la misma moneda, le debo también algo del gusto esclavizante de sentarse a opinar cada semana, como lo ha hecho él durante buena parte de sus 50 años de carrera.

Medio siglo son dos o tres generaciones de columnistas; los de la mía, que no alcanzamos a leer a Klim, maduramos bajo la influencia del Cambalache de Samper y acumulamos con él una copiosa deuda, quizá comparable sólo con la que tenemos con Antonio Caballero desde la época de Cambio.

Ahora que Daniel anuncia su retiro, es tiempo de saldar cuentas. La mayor deuda es con su ejemplo de independencia. En un país donde la política y el dinero se cuelan por todas las rendijas, haber mantenido una voz autónoma frente al poder es una lección no sólo para periodistas y columnistas, sino también para investigadores, centros de pensamiento y organizaciones sociales que escrutan a los poderosos. Aún más cuando Samper ha sido parte de un periódico siempre cercano al poder, y de los círculos familiares y de amigos que componen la “oligarquía que manda al país”, como se lo dijo a María Jimena Duzán en su entrevista de despedida.

Tal vez por eso mismo el periódico y la oligarquía le permitieron lo que a otros no.

Pero eso no afecta el legado de Daniel. Por el contrario, resalta otra de sus lecciones: tomar partido, una y otra vez, por los menos poderosos, que es otra forma de definir la izquierda. Lo recuerdo como un defensor pionero del medio ambiente, desde épocas en las que “el cambio climático” era una frase incomprensible y el agua parecía inagotable. También como aliado de las causas de los desplazados, los indígenas, los afros, la población LGBTI, los campesinos quebrados y tantos otros marginados.

Ha logrado eso y más con una pluma pulcra e ingeniosa, de las que escasean cada vez más en los medios. A contrapelo de la prosa exangüe del periodismo y la opinión actuales, sus notas eran una fiesta lexicográfica. En la mayoría de sus columnas había algo que aprender: un nuevo vocablo, un juego de palabras, un dicho certero.

Si Daniel Samper dejó una lección sobre cómo trabajar, acaba de dictar otra sobre cómo retirarse. Contra el apego nacional a las reelecciones y la creencia en los individuos indispensables, se jubila justamente porque lo está haciendo bien, inspirado en los futbolistas que se retiran cuando están en un buen momento. Contrariando la idea de que el éxito es seguir haciendo lo que los demás esperan, se va para hacer lo mismo, pero a su manera: leer, escribir, disfrutar la vida.

Me llamó la atención que dijera que lo primero que va a hacer es sumergirse en el montón de libros que no ha tenido tiempo de leer. Por andar escribiendo, añadiría yo. Porque el costo de escribir seguido es que cada vez queda menos tiempo de leer. Y se corre el riesgo de escribir más de lo que se lee.

Como Samper pertenece a la última generación de periodistas que arrancaron adolescentes y aprendieron en el oficio, tiene la ventaja adicional de jubilarse relativamente joven, cuando todavía tiene mucho para dar. Por eso y porque ahora sí va a tener tiempo para pensar y escribir en paz, probablemente nos sorprenda con algunos de sus mejores escritos durante la jubilación.

Una ventaja final de retirarse a tiempo es que los agradecimientos y los homenajes se reciben en vida.

Mil gracias, Daniel.

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