Gracias, don John
César Rodríguez Garavito julio 13, 2018
Después de cinco años de espera, una sentencia de la Corte Constitucional le da la razón a Jonh Jak Becerra. |
La Corte le dio la razón en su lucha: condenó al Ministerio y le ordenó tener, por fin, un diagnóstico y una ruta eficaces para atender quejas por discriminación laboral por el color de la piel. Es una compensación moral para don Jonh, que no ha podido encontrar trabajo estable desde entonces.
La Corte le dio la razón en su lucha: condenó al Ministerio y le ordenó tener, por fin, un diagnóstico y una ruta eficaces para atender quejas por discriminación laboral por el color de la piel. Es una compensación moral para don Jonh, que no ha podido encontrar trabajo estable desde entonces.
Conocer a Jonh Jak Becerra es ver el efecto personal del racismo laboral. Pero también es ver cómo la persistencia, la dignidad y el coraje de las víctimas de la discriminación puede ir convirtiendo en realidad las promesas legales de igualdad.
Don Jonh —como se escribe su nombre y como le decimos quienes hemos tenido el privilegio de conocerlo— acaba de ganar en la Corte Constitucional un litigio fundamental para la lucha contra el racismo (Sentencia T-572/17). Su caso comenzó cuando fue contratado como asistente de bodega en una empresa bogotana y continuó cuando fue despedido en 2013. Mientras trabajaba en la compañía, soportó los comentarios tan discriminatorios como frecuentes que reciben muchos afrocolombianos en el medio laboral. “Negro”, “mono”, “kiny” “gorila”, “King Kong” eran algunos de ellos, acompañados por otros dardos que apuntaban a su color de piel o su acento chocoano.
La gran mayoría de casos de acoso racial en el trabajo se quedan en el anonimato. Pero don Jonh decidió ejercer sus derechos y poner a prueba las normas y las leyes que los protegen. Inició por quejarse ante la empresa y se encontró con la reacción frecuente de culpar a la víctima. Las reuniones sobre el asunto concluyeron con que “se va a hablar directamente con Jonh para que él se concientice que las cosas no se hacen con el ánimo de agredirlo”.
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El caso saltó entonces al laberinto de las normas contra el racismo y el acoso laboral. Don Jonh acudió a la Fiscalía para denunciar penalmente la discriminación, pero su causa se diluyó en el vacío de procedimientos y protocolos de los fiscales. Intentó una vía más adecuada para este tipo de caso: una queja ante los inspectores laborales por acoso en el lugar de trabajo, para hacer valer la Ley 1010 de 2006. Sin embargo, en el Ministerio de Trabajo el reclamo quedó en vilo durante tres años y terminó con una respuesta inexplicable: que la entidad no era competente para conocer este tipo de quejas y que la única vía era la judicial.
Así llegó don Jonh a la tutela, con las huellas anímicas muy visibles que habían dejado la dignidad atropellada y los trámites frustrados. Como siempre vio su caso no como algo individual, sino como una reivindicación de los derechos de muchas otras víctimas y una causa contra el racismo en general, su exigencia fue que el Estado cumpla la ley y deje de ignorar quejas como la suya. En esa pretensión lo acompañaron varias organizaciones, como Cimarrón y Dejusticia.
La Corte le dio la razón en su lucha: condenó al Ministerio y le ordenó tener, por fin, un diagnóstico y una ruta eficaces para atender quejas por discriminación laboral por el color de la piel. Es una compensación moral para don Jonh, que no ha podido encontrar trabajo estable desde entonces, porque los posibles empleadores lo etiquetan negativamente cuando se enteran de su litigio.
El caso es un precedente esencial para quienes hoy viven la misma discriminación. Y para todos los que trabajan contra el racismo en el país. Gracias, don Jonh.