Grandeza de Cristo para los no creyentes
Rodrigo Uprimny Yepes Abril 20, 2025

"Mi ateísmo, que es manso y escéptico, nunca me ha impedido reconocer la sabiduría y belleza de gran parte de las enseñanzas de Cristo en los evangelios, que he leído muchas veces": Rodrigo Uprimny. | Archivo Comisión de la Verdad
Desde el ateísmo se puede reconocer en Cristo tres pilares éticos: solidaridad universal, perdón frente al revanchismo y compasión, enseñanzas leídas en los evangelios durante esta Semana Santa que siguen profundamente vigentes en el mundo de hoy.
Desde el ateísmo se puede reconocer en Cristo tres pilares éticos: solidaridad universal, perdón frente al revanchismo y compasión, enseñanzas leídas en los evangelios durante esta Semana Santa que siguen profundamente vigentes en el mundo de hoy.
En términos de ortodoxia religiosa, no soy cristiano: no creo en la divinidad de Cristo, ni que sus palabras sean sagradas, porque no creo en dioses ni en otras vidas. Pero mi ateísmo, que es manso y escéptico, nunca me ha impedido reconocer la sabiduría y belleza de gran parte de las enseñanzas de Jesús en los evangelios, que he leído muchas veces. Semana Santa es entonces una buena oportunidad para resaltar ciertos pilares de la ética cristiana, que son poderosos y actuales, incluso para los no creyentes. Por espacio, me centro en tres.
Primero, Jesús es uno de los primeros moralistas, junto con ciertos filósofos estoicos, en formular en Occidente una ética universalista, que busca que amemos y respetemos, no sólo a quienes nos son cercanos (lo cual es relativamente fácil), sino a todas las personas, incluidas aquellas que nuestro grupo menosprecia. Esto aparece claramente en la bella parábola en la que un samaritano, que pertenecía a un grupo entonces despreciado, ayuda a quien fue asaltado y estaba medio muerto, mientras que un sacerdote y un levita, supuestamente hombres respetados y muy morales, pasan de lado indiferentes (Lucas 10: 29-37). Cristo concluye que ese buen samaritano es realmente nuestro prójimo y su comportamiento un ejemplo de uno de los mandatos esenciales de la ética cristiana: amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22: 39-40; Marcos 12: 31-33). Y que se liga a una regla de solidaridad universal, expresada en la famosa regla de oro, no tan lejana del imperativo categórico kantiano: debemos comportarnos con los demás como uno quiere que ellos se comporten con nosotros (Mateo 7: 12; Lucas 6: 31).
El segundo gran mensaje de Cristo lo encuentro en su poderoso Sermón de la montaña, que es una ética que rehúye la venganza y fomenta el perdón y la reconciliación, incluso imponiendo tareas extremas, como amar a nuestros enemigos o poner la otra mejilla a quien nos ha agredido (Mateo 5: 38-48). Tengo a veces dificultades con asumir esos mandatos como reglas absolutas: a veces la resistencia al agresor y la búsqueda de justicia son las conductas éticas; pero el mensaje cristiano contra el revanchismo y a favor de la paz y la reconciliación es poderosísimo porque rompe la cadena de venganzas, que puede ser larguísima.
El tercer mensaje es el compromiso especial de Jesús con los pobres, los perseguidos y los humillados, que se expresa no sólo en su enfrentamiento con las autoridades arrogantes e hipócritas, como los fariseos, sino también en otros pasajes de los evangelios, como las conocidas bienaventuranzas. Pero mi preferido es un pasaje del Evangelio de Mateo sobre el juicio final (25: 34-46), en que Cristo dice que todo lo que hagamos o dejemos de hacer a nuestros semejantes en realidad se lo estamos haciendo también a él: que si no dimos de comer al hambriento, que si no acogimos al forastero, que si no visitamos al preso, eso mismo le hicimos a Cristo. Un mensaje poderosísimo de compasión universal con los más necesitados.
Reconozco que este Cristo que presento es personal, porque es el de un ateo que no sigue ortodoxias religiosas ni pretende ser experto en teología. Pero siento que no es tan distinto del que veneran muchos cristianos admirables que he tenido la oportunidad de conocer. Y siento también que estos tres postulados de la ética cristina adquieren un valor particular en nuestro mundo actual, en el que crecen los odios, los revanchismos, los chauvinismos y la persecución a los extranjeros y migrantes, muchas veces apoyados por grupos o gobernantes que son supuestamente cristianos, como Mr. Trump, que antepone los intereses estadounidenses a cualquier valor universal y se precia de perseguir y encarcelar a los migrantes. Estos supuestos cristianos me recuerdan las palabras atribuidas a Gandhi: “Yo amo a vuestro Cristo. Lo que pasa es que hay tanto cristianos que son tan distintos a vuestro Cristo”.