Historias de vida
César Rodríguez Garavito Septiembre 21, 2018
Como los que perdieron la vida en las masacres de Los Guáimaros y El Tapón, que siguen impunes. Pero ya no invisibles. | Mariana Escobar
La identidad de los líderes sociales amenazados no se limita a su pertenencia a un consejo comunitario o una junta de acción comunal. Son madres cabeza de familia, aficionados al fútbol, organizadores de bailes y bazares. Como los demás.
La identidad de los líderes sociales amenazados no se limita a su pertenencia a un consejo comunitario o una junta de acción comunal. Son madres cabeza de familia, aficionados al fútbol, organizadores de bailes y bazares. Como los demás.
Si mal no recuerdo, fue Germán Castro Caycedo quien dijo que Colombia es un repositorio de historias esperando ser contadas. Lo que es cierto del país en general lo es aún más de las historias del conflicto armado, que el terror, el miedo y la indiferencia han dejado entre el tintero.
Ahora que la Comisión de la Verdad, la JEP y el posconflicto abren algunas ventanas para contarlas, la pregunta es cómo. Una es la forma clásica, la de los informes de memoria y derechos humanos, donde predominan los análisis del contexto y los datos forenses sobre las circunstancias de las muertes y los nombres de las víctimas. Su estilo y su enfoque son los de la sociología, el periodismo y el derecho contados en tercera persona.
Aunque esos informes son esenciales para hacer memoria y justicia, suelen dejar de lado las otras historias: las de la vida cotidiana de las personas que llamamos “víctimas” pero que eran ante todo madres de familia, hermanos, amigos, peluqueros del pueblo, vendedores de la tienda de la esquina, gaiteros, líderes comunitarios, concejales, artesanos, agricultores, conductores. Así los recuerdan quienes los conocieron y los quisieron, como escriben en un nuevo libro los familiares de los 15 hombres asesinados en dos días de agosto de 2002 en las fincas Los Guáimaros y El Tapón, en Montes de María.
¿Por qué son escasos los relatos así, contados en primera persona? ¿Por qué son más comunes las historias de muerte que las historias de vida? Creo que la principal razón es la que resaltan los investigadores de Dejusticia que acompañaron a los autores en la construcción de los perfiles de sus 15 parientes. “En las facultades de Comunicación o de Cine del país es común escuchar que el género del perfil o de la biografía son exclusivos para personajes extraordinarios y sorprendentes; que esas son las historias que vale la pena contar —dicen los colegas certeramente (y yo añadiría que lo mismo se aplica a las facultades de ciencias sociales)—. Nosotros y las familias nos aventuramos a perfilar a 15 hombres con vidas comunes y corrientes: hombres trabajadores, hombres de campo, hombres de familia. Y el resultado fue una serie de relatos llenos de cotidianidad, de nostalgia y de humanidad, que nos reafirmaron que cualquier persona, que cualquier vida, es un universo digno de ser contado”.
Relatos como el de Rider Ramírez, el ebanista del pueblo, asesinado en Los Guáimaros cuando iba en búsqueda de los muertos del día anterior. Lo que recuerda su madre es que Rider era quien la llevaba al salón de belleza y cuidaba que le cortaran el pelo y le hicieran el manicure. Muerto Rider, su madre no volvió al salón por mucho tiempo y lucía una cabellera que le llegaba a la cintura.
Son las historias que hacen falta no solo sobre el conflicto pasado, sino sobre la violencia presente. La identidad de los líderes sociales amenazados no se limita a su pertenencia a un consejo comunitario o una junta de acción comunal. Son madres cabeza de familia, aficionados al fútbol, organizadores de bailes y bazares. Como los demás.
Como los que perdieron la vida en las masacres de Los Guáimaros y El Tapón, que siguen impunes. Pero ya no invisibles.