¿Hubo conejo?
Rodrigo Uprimny Yepes Octubre 8, 2017
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Algunos votaron por odio a las Farc; otros porque leyeron concienzudamente el acuerdo y lo rechazaron; otros salieron a votar “emberracados” por ciertos mensajes, no siempre exactos, que recibieron, etc. Surge una pregunta obvia: ¿quién podía interpretar y decidir si los cambios incorporados al nuevo acuerdo respondían genuinamente a las preocupaciones de quienes votaron No?
Algunos votaron por odio a las Farc; otros porque leyeron concienzudamente el acuerdo y lo rechazaron; otros salieron a votar “emberracados” por ciertos mensajes, no siempre exactos, que recibieron, etc. Surge una pregunta obvia: ¿quién podía interpretar y decidir si los cambios incorporados al nuevo acuerdo respondían genuinamente a las preocupaciones de quienes votaron No?
Una crítica recurrente del Centro Democrático (CD) y de otros opositores al acuerdo de paz con las Farc es que su implementación sería antidemocrática pues desconocería el plebiscito de hace un año.
Su tesis es que el No ganó claramente el 2 de octubre, por lo que el acuerdo no podía ser implementado, incluso si había sido modificado después del plebiscito, sin que hubiera un nuevo plebiscito o que los líderes más significativos del No avalaran que los cambios recogían las objeciones de quienes votaron No. Y como no hubo plebiscito y el CD y otros líderes del No consideraron que los cambios hechos al acuerdo eran menores, entonces su refrendación por el Congreso y su implementación son un robo de la voluntad popular. Un conejo.
Esta tesis del “conejo” debe ser debatida pues tiene que ver con un tema que no es menor, que es la legitimidad democrática del acuerdo de paz. Mi visión es que esta tesis, aunque a primera vista suena convincente, en realidad es equivocada, o al menos muy discutible.
Es cierto que el No ganó y esa victoria tenía que ser aceptada: el acuerdo originario no podía ser implementado, como no lo fue. Pero es igualmente cierto que la diferencia de votos fue exigua (0,4 %), lo cual no afectaba jurídicamente la victoria del No pero tenía una implicación profunda: significaba que casi la mitad de los votantes apoyaron el acuerdo inicial y querían que se implementara, mientras que un poco más de la otra mitad, sin oponerse a la paz negociada (pues eso dijeron siempre todos los líderes del No), tenían reparos muy diversos a lo pactado.
La interpretación democrática más razonable del significado del plebiscito fue entonces la adoptada por el Gobierno y las Farc, y que inicialmente fue aceptada por casi todo el mundo: había que llegar a un nuevo acuerdo, que incorporara las objeciones más significativas del No, pero que tuviera como base el acuerdo inicial, no sólo para preservar el esfuerzo de años de diálogos, sino porque éste había sido apoyado por la mitad de los votantes.
Un segundo acuerdo fue logrado, con muchas dificultades y mientras el cese al fuego estaba en riesgo. El Gobierno consideró que los cambios eran numerosos, significativos y recogían gran parte de las objeciones del No, por lo que este nuevo acuerdo cumplía genuinamente el mandato popular. Por el contrario, el CD y otros líderes del No consideraron que los cambios eran insuficientes y menores, por lo que el nuevo acuerdo era un conejo al plebiscito.
Y aquí surgen un hecho y una pregunta claves. El hecho es que las motivaciones de los votantes para oponerse al primer acuerdo fueron muy diversas. Algunos votaron por odio a las Farc; otros porque leyeron concienzudamente el acuerdo y lo rechazaron; otros salieron a votar “emberracados” por ciertos mensajes, no siempre exactos, que recibieron, etc. Surge una pregunta obvia: ¿quién podía interpretar y decidir si los cambios incorporados al nuevo acuerdo respondían genuinamente a las preocupaciones de quienes votaron No? En escritos posteriores responderé a esa pregunta, que es esencial para saber si hubo o no “conejo”.