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Impulsar el debate sobre una valoración justa del mérito debería ser una tarea importante para el movimiento de derechos humanos, pues varias demandas de grupos minoritarios e históricamente excluidos, como el acceso a educación superior o políticas de acción afirmativa en el empleo, encuentran oposición en argumentos nominalmente meritocráticos.

Impulsar el debate sobre una valoración justa del mérito debería ser una tarea importante para el movimiento de derechos humanos, pues varias demandas de grupos minoritarios e históricamente excluidos, como el acceso a educación superior o políticas de acción afirmativa en el empleo, encuentran oposición en argumentos nominalmente meritocráticos.

Hace algunos meses, un spot publicitario que
promocionaba un nuevo tipo de automóvil desató una interesante controversia en Argentina.
El comercial tenía por nombre “Imagínate vivir en una Meritocracia” e invitaba
a los lectores a soñar “un mundo donde cada persona tiene lo que merece […] donde
el que llegó, llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada”. Tan pronto se
difundió entre el público, varios usuarios de internet le hicieron fuertes
críticas
, a través de entradas de blog, memes y hasta un contra spot, por
considerar que era una oda al individualismo y a los valores neoliberales.

Luego de leer varios de los comentarios y
respuestas al video, creo que lo que molestó a muchos de los opinantes fue la idea
de meritocracia incorporada en el anuncio, aquella que no toma en cuenta la manera
en que factores como la clase, el género o la raza, inciden en los logros y
trayectorias vitales de las personas. De forma más amplia, era una crítica a
cómo se valora el mérito en sociedades como las latinoamericanas.

La idea de que el mérito de una persona
puede ser medido solo a partir de los resultados individuales en el empleo y la
educación parece sustentarse en una premisa cuestionable en contextos
nacionales que tienen altos
índices de desigualdad
, pues desconoce que hay segmentos de la población
que tienen desventajas injustas para obtener determinados logros y que, en
algunos casos, por más que se esfuercen no pueden alcanzarlos. Así, por
ejemplo, la escasez de recursos económicos puede ser un factor que en sociedades
desiguales dificulte que una persona aprenda un segundo idioma, acceda a
educación superior de calidad y, eventualmente, consiga un empleo bien
remunerado. Este entendimiento del mérito prescinde de evaluar el impacto de la
discriminación contra las mujeres, minorías raciales y personas con
discapacidad o LGBTQ sobre su desempeño en espacios educativos y laborales: cómo
la desigualdad, el prejuicio y los estereotipos imponen cargas laborales y
académicas desproporcionadas e invisibles.

De otro lado, también debe considerarse la
forma en que, por el contrario, hay personas que gozan de ventajas sociales que
les facilitan obtener esos mismos logros. De la misma manera que factores casi
incontrolables como la clase social pueden para algunos representar cargas
desmedidas a la hora de, por ejemplo, aprender un segundo idioma o estudiar en
una universidad con alto reconocimiento social; para otros, estos mismos aspectos
pueden significar ventajas para materializar aquellos propósitos: a través del
acceso a educación primaria y secundaria bilingüe o la posibilidad de contar
con profesores particulares para suplementar la educación recibida durante la
jornada académica regular.

Una valoración justa del mérito debería
tomar en cuenta tanto el efecto que tiene sobre las trabajadoras el cuidado del
hogar (que es una segunda jornada laboral a la que muchas mujeres asisten casi
sin opción luego de su trabajo remunerado), al igual que los beneficios que se
derivan de estar exento de cumplir con esta carga (de los cuales gozamos muchos
trabajadores.) Debería considerar cómo los estereotipos negativos y la
segregación limitan las posibilidades de empleabilidad formal de muchas
personas negras y personas trans, y la manera en que las redes de referidos,
llamadas de familiares a amigos con poder, y las conexiones personales que
ciertas personas blancas de clase alta hacen en escuelas privadas, facilitan su
acceso a cargos tanto en el gobierno como en el sector privado. En conclusión,
debería atender a ambos extremos de la balanza, porque si no se presta atención,
se corre el riesgo de equiparar a la discriminación con el demérito y al privilegio
con la virtud.

Supongamos por un momento que una
universidad ubicada en un país latinoamericano está en proceso de admitir una
nueva cohorte de estudiantes a programas de pregrado. Dos aspirantes se
encuentran compitiendo por la última plaza disponible. El primero es un hombre
blanco de 18 años, clase media alta, que se educó en un colegio privado de excelente
calidad y tuvo acceso a profesores particulares e intercambios educativos en el
exterior. La otra es una mujer campesina de escasos recursos, de 24 años, madre
cabeza de familia, que terminó sus estudios en la jornada nocturna de un
colegio público ubicado una zona rural. Ambos cumplen con los requisitos
necesarios para el ingreso. No obstante, el primero obtuvo mejores puntajes en
los exámenes estandarizados que la universidad utiliza como criterio para la
admisión. ¿A cuál de los dos debería otorgarse la vacante?

Una forma de valoración tradicional del
mérito, que solo atienda a criterios meramente objetivos, probablemente se
inclinaría por conceder la admisión al primer aspirante, debido a que obtuvo
mejores resultados en las pruebas, sin considerar los privilegios y desventajas
que mediaron la educación primaria y secundaria de ambos candidatos. No
obstante, una
aproximación distinta
podría ser incluir en la valoración aspectos adicionales
que han impactado de manera relevante su educación previa. Así, por ejemplo,
algunas universidades en ciertos países han optado por acoger modelos
holísticos de admisión que al evaluar a los aspirantes no solo toman en cuenta
factores netamente objetivos, como las calificaciones o los resultados en
exámenes estandarizados, sino también otros criterios, como sus experiencias de
vida o capacidad para superar obstáculos educativos. Puede ser que el uso de
criterios más amplios lleve a concluir que es la segunda candidata quien debe
ocupar la plaza
disponible
.

Si bien alternativas como los programas
de admisión holística están lejos de ser una respuesta perfecta para la
pregunta sobre cómo valorar de manera justa el mérito personal, son pasos en el
sentido adecuado para incluir factores como la desigualdad, la discriminación y
los privilegios en esta evaluación. Contrario a lo que podría dictar la
intuición, el truco para conseguir una estimación más justa del mérito puede
estar no en cerrar los ojos y dar un tratamiento simétrico a todas las
personas, sino en tomar en cuenta sus experiencias de vida y tener una visión
más completa de cómo sus circunstancias han dado forma a sus resultados
educativos y profesionales; al tiempo que se asume una postura activa para
contribuir a la construcción de una sociedad más igualitaria.

Hay muchas otras discusiones importantes
relacionadas con el mérito, la desigualdad y los derechos humanos, como quién
decide y cómo el “grado de merecimientos”, cómo este valor debe conciliarse con
proyectos de vida no convencionales o mayoritarios, o si instrumentos
tradicionalmente aceptados para evaluar el mérito, como los exámenes
estandarizados o las calificaciones académicas, también deberían revisarse. No
obstante, lo que sí me parece claro es que impulsar el debate sobre una
valoración justa del mérito debería ser una tarea importante para el movimiento
de derechos humanos, pues varias demandas de grupos minoritarios e
históricamente excluidos, como el acceso a educación superior o políticas de
acción afirmativa en el empleo, encuentran oposición en argumentos nominalmente
meritocráticos.

Así, puede ser conveniente, tal como invitaba
el comercial argentino, tratar de imaginarnos cómo sería vivir en una
meritocracia y asumir la tarea de encontrar formas de leer el mérito en clave
de igualdad.

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