Immanuel Kant es mi tregua navideña perpetua
Rodrigo Uprimny Yepes diciembre 29, 2024
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Otra buena razón para acercarse a Kant es que su filosofía moral es un llamado a una suerte de tregua navideña perpetua. | Canva
Detrás del formalismo moral kantiano hay una apuesta humanista profunda: debemos respeto a los demás, aunque no compartamos sus visiones, y debemos comportarnos de acuerdo a reglas que podamos considerar universalizables, esto es, aplicables también a quienes juzgamos como nuestros opositores.
Detrás del formalismo moral kantiano hay una apuesta humanista profunda: debemos respeto a los demás, aunque no compartamos sus visiones, y debemos comportarnos de acuerdo a reglas que podamos considerar universalizables, esto es, aplicables también a quienes juzgamos como nuestros opositores.
El Espectador nos invitó a una “Tregua Navideña”, en la que reconociéramos virtudes en personas con quienes tengamos grandes diferencias e incluso viéramos como opositores. Acojo con entusiasmo este llamado, pues considero que la democracia es un acuerdo básico para que podamos tramitar nuestras inevitables diferencias sin matarnos ni odiarnos.
Quisiera combinar la invitación de este diario con otra que hice en mi última columna, a raíz de los 300 años del nacimiento de Immanuel Kant. Mi invitación era a que los lectores perdieran el posible miedo y aversión a este pensador y exploraran sus tesis y sus textos, cuya relevancia es enorme. Combinando ambas invitaciones, sostengo en esta columna (reconozco que con cierto atrevimiento frente a los filósofos de profesión) que otra buena razón para acercarse a Kant es que su filosofía moral es un llamado a una suerte de tregua navideña perpetua.
En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, una obra compleja pero relativamente corta y asequible, Kant sintetiza su visión moral con su célebre imperativo categórico: este no consiste en un mandato específico de conducta, sino que establece unos criterios formales para evaluar si un comportamiento es o no correcto. Por eso se dice que su ética es formalista y no sustantiva.
Kant presenta varias formulaciones de su imperativo categórico, que considera todas compatibles, pero la más conocida y relevante es su fórmula de la universalidad: “Obra sólo según aquella máxima de conducta que puedas querer al mismo tiempo que se vuelva una ley universal”.
Algunos han criticado esta fórmula como vacía y hueca ya que no daría guías concretas de conducta, a diferencia de las éticas sustantivas como los mandamientos de la tradición judeocristiana que nos dicen concretamente qué debemos hacer: no matarás, no robarás, etc. Reconozco que la aplicación del imperativo categórico no es obvia, pero comparto la visión de quienes consideran que es una fórmula poderosa y práctica porque otorga criterios robustos para evaluar comportamientos. Basta que, frente a un dilema ético, nos hagamos las siguientes preguntas: ¿qué pasa si todos los demás adoptaran mi regla de conducta? ¿Puedo entonces realmente querer que mi máxima de comportamiento se vuelva una ley universal para todas y todos? Si mi respuesta a esta última pregunta es negativa, entonces tengo un problema ético y debo comportarme de otra forma.
Este principio de universalidad, que está fundado en mi autonomía como persona, implica además un profundo respeto hacia los demás pues no puedo tener unas reglas morales personales que sean distintas a las que exijo de los otros. Lo que demando éticamente de los demás debo exigírmelo a mí mismo; de lo contrario, mi máxima de conducta no valdría como ley universal. Por eso Kant considera que otra forma de ver el imperativo categórico es considerarlo una expresión del principio de humanidad y del respeto a la dignidad humana, que es otra de sus conocidas formulaciones de este imperativo: debemos obrar de tal forma que consideremos a los otros “siempre como un fin y nunca simplemente como un medio”. No podemos cosificar a los demás, y por eso Kant condenó la esclavitud como inmoral.
Detrás del formalismo moral kantiano hay entonces una apuesta humanista profunda: debemos respeto a los demás, aunque no compartamos sus visiones, y debemos comportarnos de acuerdo a reglas que podamos considerar universalizables, esto es, aplicables también a quienes juzgamos como nuestros opositores. Por eso es que creo que el imperativo categórico es un llamado a una especie de tregua navideña cívica con quienes discrepamos, pero con una ventaja suplementaria: es una tregua que debería volverse permanente, una forma de “paz perpetua”, según el título de otro de sus bellos opúsculos.