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Las desigualdades extremas son políticamente corrosivas ya que erosionan la democracia al otorgar un poder político desmedido a los billonarios. La democracia corre el riesgo de transformarse en plutocracia, como lo evidencia el exorbitante poder político de Elon Musk.

Las desigualdades extremas son políticamente corrosivas ya que erosionan la democracia al otorgar un poder político desmedido a los billonarios. La democracia corre el riesgo de transformarse en plutocracia, como lo evidencia el exorbitante poder político de Elon Musk.

Hace unas semanas, Olga González publicó en La Silla Vacía una interesante columna (como suelen ser las suyas) en que introduce en Colombia una discusión que se ha dado en otros países: la de que no solo debería haber un salario mínimo, una medida a la que estamos acostumbrados, sino que también debería existir un ingreso máximo, algo que para muchos puede ser una herejía escandalosa.

Esta discusión vale la pena, pues la instauración de un tope a los salarios o ingresos es una propuesta audaz para evitar las desigualdades económicas extremas. La razón es clara: si en una sociedad nadie puede ganar más de, digamos, 15 salarios mínimos, entonces en esa sociedad las desigualdades de ingreso serán menos pronunciadas que en países en que un alto directivo de una gran empresa o un gran accionista reciben ingresos muy superiores al salario mínimo. Un estudio de Frydman y Sacks mostró que, en los Estados Unidos, altos ejecutivos de las grandes empresas ganan más de 100 veces el salario medio de sus empleados. En Colombia, la situación debe ser semejante o peor.

Esta propuesta ha recibido, sin embargo, objeciones, entre las cuales destaco dos: i) que no tendría sentido pues el problema no es la desigualdad sino la pobreza; y ii) que no es viable ya que es imposible de implementar y ahoga los incentivos para la innovación empresarial.

La primera objeción carece de sentido: no se trata de caer en un igualitarismo burdo sino de combatir las desigualdades extremas, que no sólo son injustas, sino que tienen resultados sociales negativos. En columnas previas mostré que las sociedades menos desiguales tenían mejores indicadores sociales en casi todos los aspectos que sociedades más desiguales, para lo cual me basé en el ya clásico libro de Wilkinson y Pickett The Spirit Level (El espíritu nivelador), que coincide con lo dicho por otros autores como los premios nobel Sitglitz, Krugman o Deaton.

Estas investigaciones muestran además que las desigualdades extremas son políticamente corrosivas ya que erosionan la democracia al otorgar un poder político desmedido a los billonarios. La democracia corre el riesgo de transformarse en plutocracia, como lo evidencia el exorbitante poder político de Elon Musk. Todo esto confirma la vieja admonición de Rousseau de que la democracia exige que “ningún ciudadano sea tan opulento como para poder comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para que se vea obligado a venderse”. Debemos combatir esas desigualdades extremas y corrosivas, para lo cual establecer un techo máximo a los ingresos personales, salariales o de otra índole, parece una medida apropiada.

La segunda objeción sobre la viabilidad y utilidad de la propuesta es más interesante, pues es cierto que la adopción de topes a los ingresos plantea desafíos políticos e institucionales no menores, que espero poder abordar en escritos ulteriores. Pero por lo pronto creo que esta propuesta adquiere actualidad a raíz de la presentación (nuevamente) de una reforma constitucional que busca poner un techo a los ingresos de los congresistas. Hoy un congresista gana más de 48 millones de pesos, que son unas 34 veces el salario mínimo. En Chile y Brasil equivalen a 17 y 22 veces. La reforma propone que sus ingresos no superen 20 veces el salario mínimo, que es ya un muy buen ingreso.

Esta reforma constitucional merece ser apoyada. Es cierto que su impacto redistributivo es limitado, pero su aprobación sería un mensaje simbólico poderoso de que Colombia toma en serio la posibilidad de avanzar en el establecimiento de topes a los ingresos que nos permitan reducir nuestra vergonzosa desigualdad.

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