Isagen
Mauricio García Villegas Marzo 28, 2015
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Hace un siglo, cuando mi abuelo tenía 20 años, en Colombia había trenes, existía un servicio nacional de correos, un sistema estatal de salud pública y una empresa nacional de telecomunicaciones; la educación superior de calidad estaba casi toda en manos del Estado, los servicios públicos eran prestados por empresas estatales y en las carreteras no se cobraban peajes porque habían sido hechas por la Nación.
Hace un siglo, cuando mi abuelo tenía 20 años, en Colombia había trenes, existía un servicio nacional de correos, un sistema estatal de salud pública y una empresa nacional de telecomunicaciones; la educación superior de calidad estaba casi toda en manos del Estado, los servicios públicos eran prestados por empresas estatales y en las carreteras no se cobraban peajes porque habían sido hechas por la Nación.
A mediados del siglo XX, cuando mi padre tenía 30 años, muchas de esas empresas públicas empezaron a tener problemas de malos manejos. Treinta años después, cuando yo tenía 20 años, el Estado empezó a vender sus empresas para obtener recursos, con la esperanza de que la gerencia privada pudiera ser más eficiente y responsable, lo cual no siempre ocurrió. Hoy en día no tenemos trenes, las carreteras están privatizadas, no hay correos nacionales, la salud está casi toda en manos de particulares, el Estado ya no tiene el monopolio de la educación superior y la mayoría de las empresas que prestan servicios públicos han sido vendidas total o parcialmente. No es que yo me oponga, por principio, a las privatizaciones; es solo que me parece que todo lo vendido representa una pérdida demasiado grande.
Con la posible venta de Isagen, anunciada por el Gobierno en 2013, estamos a punto de presenciar un capítulo más de esta ya larga historia de pérdida de bienes públicos. En este caso la venta no se debe a los malos manejos. Isagen es una de las empresas mejor manejadas del país; obtiene utilidades cercanas a los 450 mil millones (2012); aporta 130 millones en impuestos y viene creciendo de manera constante (7% en el último año) e incursionando en nuevos proyectos, como Hidrosogamoso. Así, pues, la única razón que tiene el Gobierno para salir de ella está en los 5,2 billones de pesos que obtendría por su venta, con lo cual podría financiar parte de su programa de construcción de autopistas 4G.
Hay muchos argumentos razonables para oponerse a esta venta; el buen desempeño económico de la empresa es sólo uno de ellos. Según Diego Otero Prada, especialista en el tema, hay por lo menos tres más: uno, con Isagen en manos del Estado, el controlar los precios parecería más fácil; dos, ello permitiría atender emergencias que no dependan de inversiones rentables; y tres, la empresa facilitaría inversiones en proyectos regionales con sentido de desarrollo social y con la participación de servicios y tecnologías nacionales.
Pero hay dos argumentos adicionales que a mí me parecen incluso más fuertes. En primer lugar, en un mundo que necesita imperiosamente liberarse de la dependencia que tiene de los hidrocarburos (29% del consumo mundial proviene del carbón), las empresas que invierten en energías sostenibles tienen un futuro promisorio. Vender hoy una empresa exitosa de energía renovable para construir carreteras, me parece algo tan dudoso como vender, en medio de una guerra, un hospital para construir un estadio.
Lo segundo es esto: un país no debe pensar sólo en términos coyunturales, sino también en el futuro. En gracia de discusión uno podría aceptar que al gobierno Santos le va bien vendiendo a Isagen. Sin embargo, ese no debe ser el criterio para vender un activo tan valioso. El criterio debe ser otro: ¿es esta venta la mejor opción para las generaciones que vienen? No lo creo, sobre todo cuando miro las cosas en retrospectiva. Si los gobiernos bajo los cuales vivieron los contemporáneos de mi abuelo y de mi padre no hubiesen vendido el patrimonio público y, en cambio, hubiesen puesto a producir las empresas que lo componían, hoy estaríamos mejor. Lo mismo dirán mis hijos y mis nietos si las cosas siguen como van.