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Kant propone una forma de ciudadanía cosmopolita en que los derechos humanos sean verdaderamente universales y su goce no dependa de la nacionalidad de cada individuo.

Kant propone una forma de ciudadanía cosmopolita en que los derechos humanos sean verdaderamente universales y su goce no dependa de la nacionalidad de cada individuo.

Termino esta trilogía de columnas dedicadas a mostrar la pertinencia actual de Immanuel Kant invitando a la lectura de su opúsculo Hacia la paz perpetua, un texto corto, asequible y no desprovisto de deliciosas ironías y fórmulas bellas y profundas, como la siguiente: “Son injustas todas las acciones referidas a los derechos de los otros cuyo principio subyacente no pueda hacerse público”. Su propuesta de lograr la paz universal a través de un constitucionalismo cosmopolita es además de enorme relevancia en nuestro mundo actual.

Ese escrito no es un tratado teórico sistemático; es un breve bosquejo filosófico en el que Kant enuncia y justifica los principios que considera deben ser adoptados universalmente para lograr, no sólo treguas o armisticios temporales para guerras específicas, sino para eliminar la guerra como posibilidad. Por límites de espacio, y porque esta columna (como las dos anteriores) es ante todo una incitación a leer directamente a Kant, no detallo su propuesta, sino que simplemente enfatizo su sentido general y su relevancia.


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Kant no considera deseable un Estado mundial, por cuanto éste implicaría la disolución de los distintos pueblos y por el peligro de que degenere en una dictadura universal; su propuesta es una “federación de Estados libres”, cuyas constituciones deben, además, ser “republicanas”, esto es, respetar el estado de derecho y la libertad de los ciudadanos. Su argumento es que en una república (hoy diríamos en una democracia, pero Kant rechaza ese término por razones que no es posible desarrollar acá) la decisión de la guerra no dependería del capricho de los gobernantes de turno sino del consentimiento de la ciudadanía, que no sería tan torpe de irse a la guerra si tendrá que soportar sus terribles consecuencias. La guerra entre repúblicas resultaría entonces menos probable. El filósofo de Königsberg se adelanta así a la llamada “teoría de la paz democrática”, que tiene cierto sustento empírico, según la cual las guerras son improbables entre democracias, aunque haya guerras recurrentes entre democracias y otros regímenes.

Su propuesta de constitucionalismo cosmopolita es complementada con otro principio clave: un derecho cosmopolita fundado en una hospitalidad universal, a fin de que los extranjeros pacíficos no sean recibidos con hostilidad. Es decir que habría un cierto derecho de visita a los otros Estados. Kant propone entonces, en germen, una forma de ciudadanía cosmopolita en que los derechos humanos sean verdaderamente universales y su goce no dependa de la nacionalidad de cada individuo.


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Esta propuesta kantiana puede parecer ingenua, pero no lo es: en cierta forma fue recogida por la Carta de las Naciones Unidas, que en principio rechaza la guerra, postula unos valores comunes de ciudadanía cosmopolita (los derechos humanos) y una institucionalidad universal semejante a una federación de Estados libres. Sin embargo, sus limitaciones institucionales son claras, en especial por el derecho de veto de los miembros permanentes en el Consejo de Seguridad, que ha hecho que la ONU sea incapaz de frenar las atrocidades en Gaza (por el veto estadounidense) y en Ucrania (por el veto ruso).

Hoy el multilateralismo parece cada vez más resquebrajado y los riesgos de una confrontación global son reales; además, enfrentamos otros desafíos planetarios, como el cambio climático, las migraciones o las pandemias. Por eso hoy la ingenuidad no está en Kant: está en quienes se le oponen y creen que la humanidad puede subsistir sin un constitucionalismo cosmopolita, inspirado en ideas kantianas pero obviamente ajustado y actualizado a los avances y peligros del siglo XXI, como lo señala y desarrolla Luigi Ferrajoli en su libro Por una Constitución de la Tierra, otra obra poderosa cuya lectura es altamente recomendable.

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