La codicia capitalista
Dejusticia Mayo 24, 2025

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En la Edad Media la codicia era un vicio garrafal. Eso cambió en el siglo XVIII con el aumento del comercio. Pero no todos estuvieron de acuerdo con el rescate de la codicia.
En la Edad Media la codicia era un vicio garrafal. Eso cambió en el siglo XVIII con el aumento del comercio. Pero no todos estuvieron de acuerdo con el rescate de la codicia.
En la Edad Media la codicia era un vicio garrafal. San Agustín, por ejemplo, la incluye en los tres grandes pecados humanos, con la lujuria y las ansias de poder. Eso cambió en el siglo XVIII con el aumento del comercio (las ideas morales se suelen acomodar a las realidades económicas). La rehabilitación de la codicia empezó por sacarla de la lista de los vicios para incluirla en la lista de los intereses que, se decía, son inofensivos. Algunos fueron más lejos y la convirtieron en una virtud, como lo hace Mandeville en La fábula de las abejas, que es una especie de manifiesto neoliberal escrito hace más de tres siglos. Fueron muchos, en todo caso, los que alabaron las bondades del comercio. Montesquieu, por ejemplo, dice que “allí donde las costumbres son más amables existe el comercio y allí donde existe el comercio las costumbres son más amables”; y agrega esto: el comercio hace que los bárbaros se conviertan en seres apacibles.
Pero no todos estuvieron de acuerdo con el rescate de la codicia. Uno de ellos fue Adam Smith, que tiene la reputación de ser uno de los padres del capitalismo, tal vez por su célebre metáfora de la ‘mano invisible’, según la cual “cada individuo, actuando por interés propio, contribuye, sin querer, al bienestar general de la sociedad, como si una mano invisible guiara sus acciones para promover un bien que no era su objetivo consciente”. Pero Smith también fue un crítico del materialismo. Los comerciantes, dice, son incapaces de ver más allá de sus intereses egoístas y de aportar al bien común. El espíritu comercial, explica Smith, constriñe el pensamiento e impide ver más allá de lo que existe. Estaba convencido de que el capitalismo, por sí solo, no es un antídoto contra las pasiones salvajes y no mejora el orden político.
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Con frecuencia se pasa por alto que Smith no solo escribió La riqueza de las naciones, un libro monumental, sino también La teoría de los sentimientos morales, que es tan importante o incluso más. Allí muestra que la codicia, la avaricia, la ambición y la acumulación de poder son todos asuntos de vanidad humana; no es la comodidad o el placer lo que más nos interesa, sino la vanidad. En esto le daba de acuerdo con Rousseau, quien había dicho que los lujos de la vida privada y el reconocimiento por parte de los demás son los grandes impulsos que mueven al ser humano, y que ellos van en contra de un orden social justo, equilibrado y virtuoso. En su Discurso sobre la desigualdad Rousseau había dicho que en las sociedades los hombres buscan “primero atender lo necesario y luego lo superfluo; enseguida vienen los placeres, y después la acumulación de inmensas riquezas, y después los súbditos y después los esclavos; no hay un momento de reposo; y lo más singular es que cuanto menos naturales y acuciantes son las necesidades, más aumentan las pasiones y, lo que es peor, el poder de satisfacerlas”.
Estas son algunas de las ideas consignadas en Las pasiones y los intereses(1977), un libro iluminante, escrito por Albert Hirschman, un pensador global que conoció bien a Colombia. Hoy, 50 años después, lo que dice en este libro es más certero que nunca. Muestra, en primer lugar, que los vicios humanos son bien conocidos desde siempre y que no cambian con tan solo ponerles otro nombre, y, segundo, que el capitalismo tenía una versión más humana, menos brutal, menos codiciosa; una versión que no mutilaba la imaginación social y que no diluía las virtudes cívicas en el mercado. Todo eso, desafortunadamente, se perdió en las brumas del tiempo. Ojalá se pudiera recuperar algún día.