La conspiración del azúcar
César Rodríguez Garavito septiembre 16, 2016
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Las teorías de la conspiración aciertan menos veces de lo que se piensa. Los fenómenos sociales suelen ser más complejos que las historias de estrategias furtivas y engaños colectivos que sugieren los teóricos del complot. Probar las conspiraciones que sí existen es un asunto difícil, de esos que miden las fuerzas de periodistas o investigadores memorables.
Las teorías de la conspiración aciertan menos veces de lo que se piensa. Los fenómenos sociales suelen ser más complejos que las historias de estrategias furtivas y engaños colectivos que sugieren los teóricos del complot. Probar las conspiraciones que sí existen es un asunto difícil, de esos que miden las fuerzas de periodistas o investigadores memorables.
Por eso ha causado tanta fascinación lo revelado esta semana por el New York Times sobre la intriga del gremio del azúcar en EE.UU., que comienza a tener ecos y paralelos en Colombia. ¿El complot? La industria del azúcar se confabuló con tres profesores de la Universidad de Harvard para silenciar la evidencia creciente sobre los daños que el azúcar produce sobre la salud. ¿El año? 1967. ¿El resultado? Las recomendaciones dietéticas que los gobiernos y los médicos han formulado por 40 años, que se han concentrado en disminuir las grasas y presentado el azúcar como calorías vacías pero inofensivas.
A cambio de US$ 50.000 de hoy pagados por la industria, los profesores de Harvard aceptaron escribir un artículo seudocientífico que culpara la grasa y exonerara el azúcar. Uno de ellos llegaría a un alto cargo en el gobierno de EE.UU., desde donde ayudaría a escribir las guías dietéticas que se han vuelto de sentido común: si quiere evitar un infarto o bajar de peso, húyale ante todo a las carnes y el colesterol.
No es una estrategia del pasado ni sólo de la industria y la academia estadounidenses. El mismo New York Times documentó el año pasado los pagos de Coca-Cola a una nueva generación de investigadores para que sostengan, contra la evidencia científica, que el sobrepeso, la obesidad y la diabetes crecientes son problemas de falta de ejercicio y no tanto de dieta. Haga ejercicio y refrésquese con las cucharadas de azúcar que trae una lata de Coca-Cola, parece ser el mensaje. Algo similar ha dicho en Colombia la industria alimenticia para criticar la propuesta del Ministerio de Salud de gravar las bebidas azucaradas en la inminente reforma tributaria. Algo parecido también a lo que hizo en su momento la industria tabacalera para ocultar las pruebas de la conexión entre el cigarrillo y el cáncer de pulmón, como he escrito varias veces en esta columna.
La otra cara de la conspiración del azúcar, como la llamó The Guardian, consiste en silenciar a los científicos y los ciudadanos que cuestionen el mensaje de la industria. Por eso preocupa la reciente orden de la Superintendencia de Industria y Comercio de censurar y sacar del aire anuncios de televisión educativos hechos por organizaciones de la sociedad civil para recordar lo que dice la ciencia independiente (que las bebidas azucaradas generan problemas de salud) y alentar el consumo de sustitutos saludables como el agua.
La discusión sobre el derecho de todos a una alimentación sana y a tener información confiable sobre los efectos del azúcar apenas comienza en Colombia. Esperemos que las autoridades y la industria permitan un debate abierto y basado en evidencia, como el que los ciudadanos han exigido con éxito en otros países.