La definición de ser humano
Mauricio García Villegas Mayo 7, 2016
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En estos momentos, en los que todo es tan incierto, tal vez hay que volver a las ideas fundamentales. Ideas como aquella de que el ser humano es un animal racional.
En estos momentos, en los que todo es tan incierto, tal vez hay que volver a las ideas fundamentales. Ideas como aquella de que el ser humano es un animal racional.
Hoy, 25 siglos después de que Aristóteles dijera eso, deberíamos repensar esa definición. Definir las cosas esenciales (la vida, el amor, la verdad…) es siempre lo más difícil. Pero si yo tuviera en mis manos la tarea de redefinir lo dicho por Aristóteles (perdón por el atrevimiento) y me pidieran que lo hiciera con una enunciación escueta y simple, que capturara lo esencial, haría lo siguiente: dejaría la palabra animal, reemplazaría la palabra “racional” por la palabra “orgulloso”, y claro, no hablaría de hombre sino de ser humano. La cosa quedaría así: “el ser humano es un animal orgulloso”. Es decir un animal que siente y se comporta como si fuera superior al resto de los seres vivos.
No es que yo crea que la inteligencia humana no exista o que sea un asunto menor; por supuesto que no. Lo que creo que es que el orgullo explica lo que somos y lo que hacemos mejor que la inteligencia. Lo que digo se puede ver en cosas tan fundamentales como la religión, la guerra y la ciencia, para no hablar de la economía o del poder. Las religiones (sobre todo las monoteístas) son ante todo un inmenso acto de vanidad. O ¿qué otra cosa es creer que hay un Dios, creador de todo, que eligió este rincón del universo para revelarse y salvar de la muerte a quienes creen en él? Esta semana unos científicos belgas descubrieron tres planetas parecidos a la tierra que están a 40 años luz de distancia. ¿Si nuestra mente no alcanza a captar esa distancia, como podría captar a Dios? No quiero desconocer la cuota de humildad y benevolencia que hay en las religiones; simplemente digo que ellas son una creación humana y que, como todo lo que somos, tiene tanto de grandeza como de miseria.
De la guerra no tengo que decir mucho para probar que la vanidad, arropada en el orgullo patrio, ha sido un motor fundamental de la historia.
En la ciencia, en cambio, me dirán ustedes, sí ha predominado la inteligencia. Es posible, pero tengo dudas. Es cierto que ha habido avances increíbles en casi todos los ámbitos; sin embargo, el costo de estos avances en materia de sostenibilidad del planeta es también impresionante. El problema es que el grueso de la ciencia ha sido capturado por los intereses económicos y eso ha puesto en peligro la vida planetaria. Para poner solo un ejemplo, la población de animales vertebrados se ha disminuido a la mitad en las dos últimas generaciones y el 70% de la fauna de agua dulce desapareció en los últimos 40 años. Así pues, como lo dicen muchos científicos, la supervivencia del planeta está hoy en entredicho. ¿No es esto acaso una muestra terrible de irracionalidad?
Para matizar un poco mi argumento, digamos que el orgullo, como casi todos los sentimientos humanos, es algo ambivalente. A veces se manifiesta con su cara altruista, que es la nobleza, y a veces con su cara egoísta, que es la arrogancia. Y me temo que el orgullo humano ha sido, a lo largo de la historia, más arrogante que noble.
Cuando empecé esta columna tenía en mente hablar de la afirmación del procurador Ordóñez de que los animales son cosas y nada más. Se me acabó el espacio. Pero espero haber dejado en claro que entre los seres humanos y los animales no hay tanta diferencia como parece y que quienes como el procurador tratan a los animales como cosas confirman mi definición del ser humano.