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Segundos después de haber jurado como nuevo presidente y de haber recibido la banda presidencial de parte de la senadora María José Pizarro (un momento realmente conmovedor), Petro ordenó a la casa militar que trajeran inmediatamente la espada de Bolívar para continuar la ceremonia. | EFE

Habrá nuevos comentarios de este momento tenso y simbólico. Yo quiero agregar, por mi sesgo profesional, uno constitucional. Esta orden presidencial de Petro simboliza, como pocos momentos en nuestra historia, la reafirmación de dos principios republicanos fundamentales.

Habrá nuevos comentarios de este momento tenso y simbólico. Yo quiero agregar, por mi sesgo profesional, uno constitucional. Esta orden presidencial de Petro simboliza, como pocos momentos en nuestra historia, la reafirmación de dos principios republicanos fundamentales.

Segundos después de haber jurado como nuevo presidente y de haber recibido la banda presidencial de parte de la senadora María José Pizarro (un momento realmente conmovedor), Petro ordenó a la casa militar que trajeran inmediatamente la espada de Bolívar para continuar la ceremonia. Esta orden se ha prestado a muchos comentarios: que ese acto evidenciaba una última mezquindad de Duque; que fue un gesto desafiante y polarizante innecesario de Petro; que por el contrario fue una audacia justificada de su parte; que es contradictorio que la izquierda se apropie de un símbolo de la derecha, como sostuvo el viernes Carlos Granés; que fue un ridículo duelo de machos alfa por un símbolo fálico, como trinó, siempre desafiante, Carolina Sanín, etc., etc.

Habrá nuevos comentarios de este momento tenso y simbólico. Yo quiero agregar, por mi sesgo profesional, uno constitucional. Esta orden presidencial de Petro simboliza, como pocos momentos en nuestra historia, la reafirmación de dos principios republicanos fundamentales.

Primero, la alternancia efectiva en el poder pues el nuevo pesidente, Gustavo Petro, en ejercicio de sus recién adquiridas competencias constitucionales, revoca una orden de quien, segundos antes, era aún presidente: Iván Duque. Y a pesar de las últimas resistencias caprichosas de Duque y las enormes tensiones, reveladas por el periodista Daniel Coronell, la orden fue cumplida, con lo cual se confirmó que en Colombia puede haber alternancia entre fuerzas políticas opuestas.

Segundo, la subordinación efectiva del poder militar al poder civil. En ese momento, un nuevo presidente, que puede no simpatizarles a muchos militares y policías por su visión de izquierda y su lejanísimo pasado guerrillero, decide, como primer acto de gobierno, formular una orden perentoria a la Fuerza Pública. Y la orden fue cumplida, lo cual confirma que, a pesar de las tensiones, en Colombia el poder militar está subordinado al poder civil.

(Confieso que puede haber alguna discusión constitucional, si Petro ya era el nuevo presidente por haber jurado y recibido la banda presidencial, que creo que es la tesis acertada, o si había que esperar hasta que terminara la ceremonia y el acta de la sesión del Congreso estuviera aprobada, como sostuvieron algunos. Como no hay normas inequívocas al respecto, el tema se presta a alguna discusión, pero ese debate es menor frente al profundo significado democrático de lo que ocurrió).

Creo entonces que la audacia de Petro valió la pena al reafirmar esos dos principios republicanos fundamentales. Y paradójicamente su audacia refutó lo que él mismo y casi todos los precandidatos del Pacto Histórico habían afirmado en algún debate: que en Colombia no había democracia. Pues bien, la llegada de la espada de Bolívar a la Plaza de Bolívar, después de la orden del nuevo presidente, mostró que en Colombia las Fuerzas Militares están subordinadas al poder civil y que hay transferencia efectiva del poder de un gobierno de derecha a uno de izquierda. Y eso significa que en Colombia hay democracia, imperfecta, débil, lo que se quiera, pero democracia.

Adenda. En un extenso artículo en La Silla Vacía presento, nuevamente y en detalle, las evidencias de los plagios recurrentes del ministro Guillermo Reyes, quien ha amenazado con denunciarme penalmente. El lector puede verificar esos plagios por sí mismo con los hipervínculos a los textos. Pero creo que el tema desborda mi polémica con Reyes. Está en juego un asunto mayor: nuestra actitud frente al plagio. ¿Lo toleramos como un problemita menor? ¿O le damos la dimensión que merece? ¿Y puede ser ministro alguien que ha incurrido en plagio y se niega a reconocer y asumir sus culpas?

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

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