La espada de Petro
Mauricio García Villegas Mayo 10, 2025

Cuando Petro eleva la espada de Bolívar no alude a la guerra de independencia contra un gobierno invasor, que es su sentido originario, sino a una guerra civil entre dos partes de la sociedad colombiana. | EFE
Cuando Petro alzó la espada de Bolívar el 1 de mayo, no evocó la independencia de América, sino la guerra civil contra “la oposición”. Un gesto bélico que reinterpreta un símbolo de emancipación como arma de división.
Cuando Petro alzó la espada de Bolívar el 1 de mayo, no evocó la independencia de América, sino la guerra civil contra “la oposición”. Un gesto bélico que reinterpreta un símbolo de emancipación como arma de división.
El pasado primero de mayo, en la Plaza de Bolívar, el presidente Petro se puso guantes blancos, tomó en sus manos la espada de Bolívar, la levantó con la punta en alto, se la mostró a sus miles de seguidores y les dijo ¡he aquí la espada del pueblo! (la analogía con la escena de la elevación del cáliz y la hostia en la misa católica no es gratuita). Eso no fue todo, para recargar el evento de gestos bélicos, Petro ondeó la bandera bolivariana blanca y roja de la guerra a muerte contra el invasor español.
El sable de Bolívar tiene un poder evocador muy importante para los colombianos, ¿pero cuál es su significado? La respuesta se enseña en las escuelas primarias: representa el triunfo de los pueblos americanos que se liberan del yugo español.
Pero ese no es el sentido que le da Gustavo Petro, ya que esa espada evoca el hecho histórico de la derrota del imperio español que ocurrió hace dos siglos. Lo que Petro quiere es resucitar, actualizar, el sentido guerrero de la espada, como quien saca del armario un arma empolvada para enfrentar a un nuevo invasor. ¿A quién? A la oposición; una difusa etiqueta que incluye a los ricos, a los grandes medios de comunicación, a los partidos tradicionales, entre otros.
Dicho de otra manera; cuando Petro eleva la espada de Bolívar no alude a la guerra de independencia contra un gobierno invasor, que es su sentido originario, sino a una guerra civil entre dos partes de la sociedad colombiana.
La comparación del símbolo original de la espada de Bolívar (guerra de independencia) con el símbolo petrista (guerra civil) no puede ser más desalentadora. Bolívar quería que su espada fuera la insignia de la emancipación del continente americano; sus ilusiones quedaron reducidas a la Gran Colombia y, después de su muerte, por causa de las interminables disputas políticas su sueño de unidad quedó confinado a los países desmembrados de la Gran Colombia. Ahora Petro quiere reducir el significado emancipador de la espada a sus seguidores, es decir al 30 % de la población de Colombia. Es tal la diferencia entre ambos símbolos que no dudo en decir que lo evocado el pasado primero de mayo no es la espada de Bolívar, sino la espada de Petro.
Esa degradación simbólica no solo es lamentable, sino contraria al sentido pacifista de la constitución de 1991, la misma que el M-19 ayudó a crear. Pero Petro es un heredero ambivalente del M-19: a veces rescata su aporte fundamental a la constitución de 1991, y a veces, como en este caso, redime la guerra contra las élites. Esas dos herencias, la primera más racional y la segunda más emocional, se mezclan en su corazón y, a medida que sus frustraciones se acumulan, el lado belicoso gana terreno y, cómo no, el país pierde la calma.
El espectáculo del primero de mayo, me dirán algunos, solo es simbólico, no son más que gestos y palabras para enardecer a los petristas y amenazar a la oposición. Puede ser; pero en este país, donde la guerra civil se asoma por las ventanas a la espera de que los odios le abran la puerta, decir esas cosas es jugar con candela. Como también lo hace la oposición, apertrechada con sus propios símbolos belicosos (“expulsión del tirano”, “cambio o catástrofe” y cosas por el estilo) y empeñada en bloquear no solo cualquier cambio social, sino cualquier logro del gobierno actual.
Las guerras, ya lo sabemos, empiezan con gestos beligerantes. No son un llamado explícito a tomar las armas, sino un ardid para caldear los ánimos. Lo del alistamiento viene después, pero no mucho después.