La felicidad de los niños
Mauricio García Villegas Enero 31, 2021
La pandemia les ha truncado la amistad y los afectos de la convivencia estudiantil, por eso los niños son menos felices que antes y con el paso del tiempo lo serán cada vez menos. | Carlos Ortega, EFE
En las circunstancias actuales abrir los colegios aceptar que los riesgos de contagio son un asunto menos grave que la pérdida de felicidad de millones de niños.
En las circunstancias actuales abrir los colegios aceptar que los riesgos de contagio son un asunto menos grave que la pérdida de felicidad de millones de niños.
Cuando vislumbro el futuro de mis hijos, con todos los riesgos y oportunidades que puedo ver en ese ejercicio nebuloso, siempre tengo la esperanza de que, pase lo que pase, la felicidad no les sea esquiva. Creo que todos los padres esperamos lo mismo porque sabemos que sin la felicidad todo lo demás se malogra.
Y viene la gran pregunta: ¿de qué depende la felicidad? De muchas cosas, pero hay algo que, desde Aristóteles hasta los psicólogos cognitivos de hoy, se considera lo más importante: el afecto en todas sus variantes de amor y amistad, con la reciprocidad que ello implica. La salud es importante, claro, pero nadie, o casi nadie, está dispuesto a renunciar al amor con tal de tener mejor salud y lo mismo pasa con la riqueza o con la fama. A quien gana la lotería lo imaginamos en un estado de euforia feliz, de la misma manera que a quien pierde sus piernas en un accidente lo vemos sumido en una tristeza irremediable. En la práctica, sin embargo, por los estudios que se han hecho de esos casos, sabemos que la felicidad inicial del que se enriquece es pasajera y que la congoja inicial del accidentado no dura para siempre. Los buenos afectos prodigados de manera recíproca, en cambio, perduran y dan una placidez que se parece mucho a lo que entendemos por felicidad.
Aristóteles decía que la felicidad (fundada en los afectos) es el bien supremo que todo ser humano quiere alcanzar. Si esto es cierto para los adultos, lo es todavía más para los niños y eso debido a que, en ellos, la felicidad no solo es una emoción presente, que le da gusto a la vida, sino también una condición para el desarrollo y la madurez de su edad adulta. Por eso es un bien tan preciado y por eso los padres gozan tanto con las alegrías de sus hijos. Tal vez hay incluso una razón evolutiva en todo esto: al predecir un mejor futuro, la felicidad de los niños también predice una mejor reproducción de sus genes.
He dicho todo lo anterior con el único fin de apoyar a don Moisés Wasserman cuando insiste en que los niños deben volver a los colegios porque están pagando una cuota de infelicidad demasiado alta. La pandemia les ha truncado la amistad y los afectos de la convivencia estudiantil, por eso los niños son menos felices que antes y con el paso del tiempo lo serán cada vez menos.
Relacionado:
Esperar para publicitar: los niños y la comida chatarra
En las circunstancias actuales abrir los colegios no significa hacerlo de cualquier manera, ni volver a la normalidad de antes. Significa regresar con restricciones, teniendo en cuenta las zonas del país, las instalaciones educativas, las personas vulnerables, las medidas de bioseguridad, etc. Significa encontrar un punto medio entre tener todo abierto, como antes, y seguir con todo cerrado, como hoy. Significa, en todo caso, aceptar que los riesgos de contagio son un asunto menos grave que la pérdida de felicidad de millones de niños. Sobre lo primero, es decir esos riesgos, se pueden tomar medidas, algunas de ellas costosas, pero factibles; sobre lo segundo, en cambio, la infelicidad de toda una generación, los remedios son difíciles de encontrar, si no inexistentes. ¿Cuál es el costo acumulado en millones de niños de no ver a los amigos de infancia ni tener vida social durante un año? No hay manera de medir este menoscabo, pero todos los expertos coinciden en que es algo grave y que sus efectos se verán por décadas. Estoy seguro de que la gran mayoría de los educadores saben que no pueden cargar con esa responsabilidad.