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En 1998, muchos vimos con ilusión la promesa de Hugo Chávez de construir una sociedad más justa y políticamente menos corrupta, pero la promesa terminó en una sociedad envenenada por un discurso oficial que trata a los opositores de fascistas.

En 1998, muchos vimos con ilusión la promesa de Hugo Chávez de construir una sociedad más justa y políticamente menos corrupta, pero la promesa terminó en una sociedad envenenada por un discurso oficial que trata a los opositores de fascistas.

Hugo Chávez gobernó a Venezuela como si estuviera en una guerra. Su enemigo era la derecha, que para él no era otra cosa que el fascismo, una ideología que, como el Diablo, se pavoneaba por todas partes, empezando por los Estados Unidos y Europa. En una ocasión, cuando la canciller alemana Angela Merkel sostuvo que Chávez no representaba la voz de los latinoamericanos, este le respondió: “Mire, señora canciller, se puede ir al… y no voy a decir más porque es una mujer. Ella es de la derecha alemana, la misma que apoyó a Hitler y la misma que apoyó al fascismo”.

Chávez impuso, sobre todo después del fallido intento de golpe de Estado, un estilo de gobierno fundado en el trato altanero e infamante a sus contradictores. Todos recordamos su arenga contra el entonces presidente George Bush: “Come here, mister Danger, cobarde, asesino, eres un genocida, eres un alcohólico, eres un borracho, eres un inmoral, eres lo peor, mister Danger”. Ese trato insultante (que hoy vemos en Milei y en Maduro) tenía algo de ideología, algo de fanfarronería, de machismo ramplón, de religioso (la gente de Dios contra la del demonio), mucho de odio y mucho de viveza criolla, la misma que en Venezuela manda “no dejarse joder” y que se traduce en la consabida consigna oficial (especie de norma supraconstitucional chavista) que ordena: “para mis amigos, todo; para mis enemigos, la ley”.

Después de la muerte de su líder, en 2013, el chavismo incubó una crisis monumental: destruyó el aparato productivo, condenó a siete millones de venezolanos a salir del país y acabó con lo poco que quedaba de institucionalidad democrática. En 1998, muchos vimos con ilusión la promesa de Hugo Chávez de construir una sociedad más justa y políticamente menos corrupta, pero la promesa terminó en una sociedad envenenada por un discurso oficial que trata a los opositores de fascistas.

En esa categoría han quedado incluidos los habitantes de los barrios pobres de Caracas, como Petare y Caricuao, que fueron bastiones del chavismo en el pasado y que salieron esta semana a protestar contra los resultados amañados del CNE que le dieron la victoria a Maduro. Nada oscurecerá tanto el triste legado del chavismo como el hecho de haber convertido a la gente pobre que no recibió sus prebendas en apátridas o en exiliados.

Dice Fernando Savater que “las guerras se alimentan ante todo de palabras y que por eso echar más palabras a la guerra es como echar más leña al fuego”. Del irrespeto al odio y del odio a la violencia hay poco trecho. Eso es lo que ha hecho el chavismo (para no hablar de lo que no ha hecho): echarle leña al fuego del odio y de la violencia con la grosería y el insulto. Es cierto que la oposición también le ha puesto leña a ese fuego, pero el chavismo, en el poder, tenía el deber de mantener la dignidad de las instituciones y una mínima decencia en el trato. El hecho es que la estrategia chavista parece hoy agotada y que las injurias se han vuelto una farsa. Cuando escribo esto me entero de que Maduro ha creado una “ventana confidencial”, en la web, para que todos los chavistas denuncien, en secreto, a los delincuentes que están protestando en las calles. Esa práctica, lo debería saber él, que con justa razón critica al régimen colonial español, es igual a la impuesta por el llamado “buzón de la ignominia”, una ventanilla ubicada en los edificios de la Inquisición por donde la gente depositaba información para denunciar a los pecadores. Este es el último leño que el chavismo le ha puesto a la hoguera del odio en Venezuela.

De interés: Chavismo / fascistas / injurias / maduro / oposición

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