La ilusión de las mayorías
Dejusticia marzo 4, 2025

En el norte y en el sur, el veredicto de las mayorías es indispensable para la democracia, pero la mayoría, por sí sola, no basta. | EFE
Las mayorías son esenciales, pero insuficientes para la democracia. Sin libertades básicas y procesos transparentes, los procesos electorales pueden encubrir tiranías. En Venezuela y EE.UU., por ejemplo, la democracia enfrenta desafíos que van más allá del voto.
Las mayorías son esenciales, pero insuficientes para la democracia. Sin libertades básicas y procesos transparentes, los procesos electorales pueden encubrir tiranías. En Venezuela y EE.UU., por ejemplo, la democracia enfrenta desafíos que van más allá del voto.
Desde dos orillas distintas, los recientes ganadores de las elecciones en Venezuela y en Estados Unidos han defendido la idea de que las mayorías son el pilar de la democracia. “Mi elección es un mandato que le devuelve al pueblo su democracia”, dijo Trump en su toma de posesión. En el sur, luego de su controvertido triunfo electoral, Maduro trató de legitimar su continuidad en el poder diciendo: “En Venezuela hay Constitución; en Venezuela hay elecciones”.
Pero que un candidato obtenga el mayor número de votos en unas elecciones no es garantía de un resultado plenamente democrático. Para Norberto Bobbio, la regla de las mayorías es fundamental, pero insuficiente, pues una definición mínima de democracia exige que las elecciones respeten los procedimientos acordados previamente y que los votantes gocen de derechos básicos de libertad de expresión. En otras palabras, la regla de las mayorías sólo es incuestionable cuando estos prerrequisitos están garantizados.
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Incluso si el Consejo Nacional Electoral de Venezuela hubiese mostrado las actas para demostrar la victoria de Maduro en el papel, esto no habría sido suficiente para justificar su pretendido triunfo democrático. Antes de que se abrieran las urnas, la democracia en Venezuela ya había perdido el juego, pues el gobierno del candidato-presidente se saltó flagrantemente ambos prerrequisitos: perturbó el procedimiento entorpeciendo la inscripción de candidatos y de votantes en el extranjero; anuló las libertades básicas de expresión reprimiendo a los manifestantes, estigmatizando y persiguiendo a la oposición.
En el otro extremo, aunque las elecciones en Estados Unidos cumplieron las reglas, su prestigiosa democracia muestra fisuras cada vez más evidentes, pues la campaña electoral dependió, en gran medida, del financiamiento de los dueños de las redes sociales, cuyos algoritmos determinan qué discursos se amplifican y cuáles se invisibilizan. En una sociedad que se informa a través del celular, y que ha sucumbido a la ilusión de que todas las voces valen lo mismo en internet, esta forma de proceder de los algoritmos contraría sutilmente el principio de libertad de expresión. Si la opinión pública es susceptible de ser manipulada por los intereses de las empresas tecnológicas, y un candidato se aprovecha de ello para ganar las elecciones, es razonable cuestionar el carácter plenamente democrático de los resultados.
En el norte y en el sur, el veredicto de la mayoría es indispensable para la democracia, pero la mayoría, por sí sola, no basta; la historia ofrece numerosos ejemplos de mayorías que han elegido a líderes que, con el tiempo, se revelaron tiranos disfrazados de presidentes. Un sistema democrático no sólo se mide por quién gana, sino por las condiciones bajo las cuales se compite y se gobierna, y es por eso que conviene desconfiar de quienes reducen la democracia a una simple cuestión de cifras.