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Imagínese por un segundo que descubrimos que un general de muchas estrellas no es lo que dice ser.

Imagínese por un segundo que descubrimos que un general de muchas estrellas no es lo que dice ser.

Que en lugar de ser un alto militar que lidera una agenda humanitaria, en realidad coordina mafias de la minería ilegal. Que al final de cuentas, sus supuestas buenas intenciones camuflan afanes egoístas que van desde la seducción de su amante hasta el lucro personal. Pues hay un caso que no pertenece a la imaginación sino a la realidad, sobre el cual trata la última novela de Javier Cercas, del que podemos sacar alguna lección en Colombia.

El impostor de la novela es Enric Marco, un catalán que hizo lo que la mayoría: durante la Guerra Civil actuó como adolescente rebelde y en la posguerra se acomodó y nunca levantó un dedo contra el régimen. Pero como su sueño es ser un héroe, se inventa que luchó contra Franco, fue deportado a Alemania y encerrado en un campo de concentración, con historias tan seductoras que termina siendo el presidente de la asociación más grande de deportados españoles víctimas del Holocausto. Hasta que finalmente lo desenmascara un historiador y la sociedad se cuestiona sobre la totalidad de sus verdades.

Cercas, como en Soldados de Salamina, no escribe una novela de ficción sino de realidad, en la que explica que no quiere rehabilitar ni condenar a Marco. Quiere entenderlo y así entenderse a sí mismo y al ser humano en general. El libro es, pues, sobre nuestra incapacidad de aceptar la realidad de lo que somos o hemos sido, y por lo cual surge la necesidad de inventarnos, fundiendo verdades con mentiras, para parecer mejores personas. Y en El impostor, su novela, reflexiona sobre las implicaciones individuales y sociales de esta flaqueza.

Me recuerda a Iván Orozco en su libro Justicia transicional en tiempos del deber de memoria, en donde rescata la importancia de la noción de “zonas grises” del sobreviviente de Auschwitz Primo Levi, que son aquellos casos de víctimas que se vuelven también victimarios, sin dejar de ser víctimas. Creo que, al igual que los impostores, estas personas a veces eligen qué verdades decir y qué hechos ocultar. Por ejemplo, el ganadero que se alía a los paramilitares, por el desespero al que llega cuando le secuestran al hijo o matan al padre, generalmente resalta su condición de víctima y oculta la de victimario. O el campesino que termina en la guerrilla para defenderse de los atropellos del sistema, quien realza su justificación y olvida su calidad de opresor. En Colombia existen esas zonas grises, que debemos documentar y comprender, lo cual no significa justificar las atrocidades cometidas.

En esta reflexión sobre la capacidad de convertirnos en impostores es mejor aceptar nuestras flaquezas y entender nuestras zonas grises, pues lo contrario conduce a una memoria falsa e incompleta. No sólo porque el ejercicio de memoria debe atender a la verdad, sino porque el pasado no perdona y por eso hay que conocerlo bien, aceptarlo y entenderlo, no para cambiarlo, sino para poder cambiar el futuro.

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