La Inauguración de Trump
Nelson Camilo Sánchez enero 21, 2017
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El acto de posesión del presidente de los Estados Unidos podría traducirse ligeramente como “Inauguración”. Y en esta oportunidad la idea de inauguración, no de un periodo presidencial, sino de una nueva era política, parece más que apropiado.
El acto de posesión del presidente de los Estados Unidos podría traducirse ligeramente como “Inauguración”. Y en esta oportunidad la idea de inauguración, no de un periodo presidencial, sino de una nueva era política, parece más que apropiado.
El establecimiento norteamericano fue tomado completamente
por sorpresa con la elección de Trump. Primero, en su partido, y luego en las
elecciones generales. Pese a que sus victorias se iban acumulando, siempre se
creyó que en algún punto pararían. Y no fue así.
Hoy todavía muchas personas tienen la esperanza que el
gobierno de Trump será más cercano a lo que ha sido la historia política
reciente de los Estados Unidos, que a lo que fueron sus promesas de campaña.
Que una vez llegue al puesto se va atemperar. Una cosa es lo que se dice de
candidato y otra lo que se hace de presidente. Pero hasta ahora el nuevo
presidente no ha dado ninguna señal de que tomará dicho camino. Ni con sus
declaraciones, ni con sus actos como, por ejemplo, la selección de su equipo de
gobierno.
Es por esto que podemos estar ante la inauguración de una
nueva era política al menos en cuatro temas distintos. En primer lugar, en
materia de relaciones internacionales. No solamente en la relación entre
Estados Unidos y otras potencias, como es el cambio de relación con Rusia o las
tensiones innecesarias con China. El liderazgo positivo que aún puede jugar
Estados Unidos en el mundo en temas vitales como el cambio climático, la
democracia y la protección de los derechos humanos pasará a un segundo plano.
En segundo lugar, Trump inaugura una relación distinta en el
ejercicio del poder público. La lucha anticorrupción de las últimas décadas ha
buscado transparentar al máximo las relaciones entre poder público y privado,
así como el impacto de los intereses y dinero de este último en la toma de
decisiones públicas. La negativa de Trump de hacer transparentes sus
inversiones, negocios e intereses; el nombramiento de personas de su familia en
el gobierno; y su negativa a separar el crecimiento de sus negocios de la
función pública, van en contravía total con esos esfuerzos.
En tercer lugar, la relación entre gobierno y prensa no será
la misma. En general, la relación entre información y política cambió
radicalmente durante esta campaña y la creación y difusión de noticias falsas
de manera intencionada. Con el poder del Estado a su cargo, la posibilidad de
crear información a conveniencia es mucho mayor. Recaerá entonces en la prensa
la labor de contestarla y demostrar, cuando existan, las distorsiones de las
fuentes oficiales. Pero nada de esto será fácil con la retórica de Trump, que
como se vio en la única rueda de prensa que concedió a los medios, aprovechó
para negar preguntas a un reportero de una cadena de noticias y de acusarlo de
ser su medio el que plantó las noticias falsas.
Finalmente, sin duda existirá un cambio de las relaciones
entre mandatario y su pueblo. La versión populista de Trump seguramente será
explotada al máximo en su gobierno. Al fin y al cabo, ganó la presidencia con
ese apoyo y en contra de todo el establecimiento. Lo que más asusta de este
populismo es su sectarismo. No es un intento de conectar con el pueblo, sino
con un sector específico, aun a costa de los derechos de otros ciudadanos.
Habrá que ver hasta qué grado llegará el efecto contagio de
esta forma de política en el resto del mundo. Las instituciones tendrán un duro
examen y de su fortaleza dependerá que no se expandan los retrocesos
democráticos.
* Profesor de la Universidad Nacional e investigador de
Dejusticia