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La inflación nos está comiendo

El último informe del Programa Mundial de Alimentos mostró que el 51% de los hogares colombianos ha tenido que reducir sus porciones y el 42% ha reducido su número de comidas. | EFE

Es vital el reconocimiento y preservación de nuestra riqueza natural y tradiciones gastronómicas propias como una herramienta de la lucha contra la inflación y el hambre. Mientras tanto, aprovechar los productos que más han bajado.

Es vital el reconocimiento y preservación de nuestra riqueza natural y tradiciones gastronómicas propias como una herramienta de la lucha contra la inflación y el hambre. Mientras tanto, aprovechar los productos que más han bajado.

Con un presupuesto ajustado que cada vez alcanza menos, la tarea de hacer mercado se ha vuelto todo un arte. De acuerdo con la última encuesta de Ipsos, “What Worries the World”, la inflación se ha convertido en la preocupación número uno en el mundo en los últimos 12 meses, y Colombia no es la excepción, incluso aparece como el segundo país más pesimista respecto a la situación económica actual, después de Argentina.

Tan solo en los primeros cuatro meses de este año, el Dane reportó una inflación para los alimentos y bebidas no alcohólicas de un 18,47%, la segunda más alta entre los gastos de los hogares después de los restaurantes y hoteles (18,6%). Es decir, la comida es lo que más se ha encarecido. En términos prácticos, es como si una persona con un salario mínimo que destina, según cálculos del Dane, aproximadamente $300.000 pesos en alimentos y bebidas no alcohólicas, en el camino a su casa, perdiera $55.500 pesos de lo que llevaba inicialmente.

El último informe del Programa Mundial de Alimentos mostró que el 51% de los hogares colombianos ha tenido que reducir sus porciones y el 42% ha reducido su número de comidas. Y la calidad también ha empeorado, en la última actualización de la canasta básica del Dane (2019) ingresaron el tocino, el salchichón, los paquetes de frituras, los jugos procesados, las gaseosas, los energizantes y otros que no pueden ser considerados alimentos reales pero su consumo ha adquirido una importancia cada vez mayor en el presupuesto de las familias.

En muchas ocasiones estas opciones menos saludables son más económicas y las consumen mayoritariamente los hogares de ingresos más bajos. Adicionalmente, si un hogar con estas características pierde la mitad de su ingreso, según cálculos del Banco de la República, terminaría reduciendo su gasto en alimentos en un 30%, demasiado.

De aquí la relevancia de políticas focalizadas en esta población vulnerable, como Familias en Acción o la devolución del IVA. Sin embargo, no es suficiente con amortiguar el golpe financiero de las familias con simples transferencias. Se requiere de políticas agroalimentarias más eficientes, mejorar las vías de acceso, reducir la intermediación para comprarle directamente al campesino, imponer restricciones a la publicidad de comida chatarra y promover la educación nutricional de los consumidores para tomar decisiones más saludables.

La cultura alimentaria de América Latina y el Caribe es un tesoro vivo. La región ha dado al mundo alimentos únicos como la papa, el maíz, el tomate (que no es italiano), el aguacate y la piña, preparados de mil formas diferentes. Por esto es vital el reconocimiento y preservación de nuestra riqueza natural y tradiciones gastronómicas propias como una herramienta de la lucha contra la inflación y el hambre. Mientras tanto, aprovechar los productos que más han bajado. En lo que va del año: tomate, yuca, papa y cebolla. Y en el último mes, y según algunas plazas de mercado: naranja, mora, lechuga, piña, remolacha y zucchini.


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De interés: Colombia / DESC / Economía

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