La inteligencia colectiva
Mauricio Albarracín marzo 7, 2021
Esta no es, repito, la primera vez que estamos ante la posibilidad de reactivación de la violencia. Justo eso, el “eterno retorno”, es lo más preocupante porque pone en evidencia nuestra incapacidad colectiva para anticipar la tragedia y evitarla. | Álvaro Ballesteros, EFE
No es la primera vez que un sector de la dirigencia política desconoce, o por lo menos deslegitima, aquella parte del ordenamiento jurídico que se destina a consolidar un proceso de paz. Muchas otras veces en el pasado ocurrió lo mismo y siempre con los mismos resultados trágicos de reactivación de la guerra.
No es la primera vez que un sector de la dirigencia política desconoce, o por lo menos deslegitima, aquella parte del ordenamiento jurídico que se destina a consolidar un proceso de paz. Muchas otras veces en el pasado ocurrió lo mismo y siempre con los mismos resultados trágicos de reactivación de la guerra.
Las sociedades, como las personas, pueden ser más o menos inteligentes. ¿Cómo medir tal cosa? De varias maneras, dicen los sociólogos, pero sobre todo evaluando la capacidad que tiene el grupo para no repetir los errores del pasado. Norbert Elias explica, por ejemplo, que hace unos 40 años la accidentalidad vial aumentó de manera dramática en casi todos los países del mundo, causando cientos de miles de muertes anuales, y que solo algunos de ellos aprendieron de esa experiencia y lograron cambiar el comportamiento en las vías para reducir la mortalidad. Tal aprendizaje es una expresión de inteligencia colectiva.
Digo esto pensando en los ataques que ha recibido últimamente la JEP por parte del expresidente Álvaro Uribe y en el riesgo de reproducción de la violencia que tal cosa conlleva. Estos ataques, entre otros muchos al proceso de paz, no son nuevos (incluso el mismo Iván Duque, cuando era candidato presidencial, prometió acabar con este tribunal), pero se redoblaron la semana pasada a raíz de un auto de la JEP sobre los llamados “falsos positivos”, en el que se refiere a más de 6.400 de estos casos ocurridos entre 2002 y 2008. No hay certeza sobre esa cifra (la Fiscalía tiene un número considerablemente menor de casos), pero hoy, luego de las pruebas recogidas, entre ellas las aportadas por 350 militares que han rendido testimonio ante la JEP, nadie duda de que esa práctica macabra existe desde hace muchas décadas en Colombia y que durante la primera década de este siglo se acentuó de manera dramática.
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Uno puede tener objeciones sobre la manera como se logró firmar la paz, pero lo que no puede hacer es, una vez firmada esa paz y traducida en instituciones (una de las cuales es la JEP), desconocer su validez y entorpecer su funcionamiento. En una democracia siempre habrá diferencias, incluso diferencias irreconciliables, pero hay algo en lo cual todos deben estar de acuerdo: las instituciones deben ser respetadas y las decisiones que en ellas se toman deben ser acatadas, a pesar de los desacuerdos. Cuando se trata de un proceso de paz, además, el acatamiento-a-pesar-de-las-diferencias es todavía más relevante pues, como se sabe, incluso un mal acuerdo de paz es preferible a una guerra.
No es la primera vez que un sector de la dirigencia política desconoce, o por lo menos deslegitima, aquella parte del ordenamiento jurídico que se destina a consolidar un proceso de paz. Muchas otras veces en el pasado ocurrió lo mismo y siempre con los mismos resultados trágicos de reactivación de la guerra.
Alguien me dirá que esa oposición no obedece a una falta de inteligencia colectiva, ni a una incapacidad para entender el pasado, sino a la estrategia política de la derecha colombiana que consiste justamente en crear un enemigo y obtener con ello réditos electorales. Esto puede ser cierto en algunos casos, pero no creo que sea una regla general. En el Centro Democrático hay mucha gente, tal vez la mayoría, que prefiere la paz y que no quisiera volver a las décadas pasadas del conflicto armado. Desafortunadamente se ven arrastrados por las pasiones políticas radicales y por el ánimo de defender a sus líderes o a sus jefes, así pierden la perspectiva de largo plazo (más racional) que les permitiría aprender del pasado.
Esta no es, repito, la primera vez que estamos ante la posibilidad de reactivación de la violencia. Justo eso, el “eterno retorno”, es lo más preocupante porque pone en evidencia nuestra incapacidad colectiva para anticipar la tragedia y evitarla. Somos, sin duda, una sociedad con mucha gente inteligente, pero colectivamente, lo digo de manera generosa, tenemos mucho por aprender.