La invisibilidad de los impactos de la tecnología
Celso Bessa Diciembre 16, 2019
El crecimiento de Internet ha generado situaciones que, aunque tengan gran impacto en la vida diaria, todavía no comprendemos adecuadamente. | Yander Zamora, EFE
La invitación es aprender un poco más de tecnología y a exigir transparencia y claridad sobre la forma en la que la industria y los gobiernos le sacan provecho.
La invitación es aprender un poco más de tecnología y a exigir transparencia y claridad sobre la forma en la que la industria y los gobiernos le sacan provecho.
El rápido desarrollo tecnológico, la consecuente disminución de precio de los dispositivos de computación y el crecimiento de Internet en los últimos 30 años han generado situaciones que, aunque tengan gran impacto en la vida diaria, todavía no comprendemos adecuadamente. Sin embargo, vale la pena entender —al menos mínimamente— cómo funcionan algunas de las tecnologías que están moldeando al mundo; no solo por las ventajas que esto trae para quien sepa usarlas, sino porque de esta forma podemos analizar sus impactos con ojo crítico.
Lo anterior tiene especial relevancia si tenemos en cuenta que gran parte de los servicios de los que nos beneficiamos o que muchas veces necesitamos son fruto o dependen de tecnologías digitales. Un conocimiento básico de la definición y las funciones de algunas como inteligencia artificial, del big data, biometría, cifrado o el propio funcionamiento de de Internet, entre muchos otros, nos permite al menos dos cosas: i) modificar la relación usuario-industria, en la que las compañías tradicionalmente he tenido voz más fuerte y ii) ser críticos en la aplicación de soluciones tecnológicas a problemáticas sociales.
En nuestra mayoría, las personas somos sujetos pasivos en nuestra relación con el tecnologias digitales. De hecho, las compañías que crean y administran los desarrollos tecnológicos que usamos a diario nos ven como “usuarios” o “beneficiarios”, algunas veces solo como generadores de datos (data points). Mejor dicho, somos sujetos que hacen uso de un producto que se presenta como lejano en una dimensión epistemológica, pero cercano (y necesario, casi) en una dimensión práctica. Más allá de eso, las industrias dominan el escenario tecnológico y, como tal, tienen mayor capacidad de moldear la sociedad mundial. El software o sistemas operativos más comunes (Microsoft Office, Acrobat Reader, MacOS iOS, Android), el hardware que permite que los dispositivos funcionen (el procesador de Intel, la usb de Kingston, el computador de Asus), las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram) y otros productos como Whatsapp o el buscador de Google son propiedad de compañías privadas. Mejor dicho, son las industrias de tecnología quienes definen gran parte de las relaciones sociales. Por tal motivo, es fundamental conocer su lenguaje técnico y hacerles frente.
De entre muchos, vale la pena resaltar dos impactos del uso de la tecnología en la sociedad. Por un lado, según documentos clasificados revelados por Edward Snowden, la NSA del gobierno estadounidense tiene una política de vigilancia masiva indiscriminada, la cual le permite recolectar el contenido y los metadatos (información generada automáticamente por nuestros dispositivos y que incluye por ejemplo fecha, hora, destinatario, duración de llamada, ubicación geográfica, etc.) de todas las comunicaciones y/o acciones que se realicen en Internet en todo el mundo. El segundo se refiere más directamente al rol de las empresas en una sociedad tecnificada. Por sugerencia del gobierno chino, Google inició el desarrollo de un buscador independiente para ese país denominado Dragonfly que filtraría el contenido y los términos de búsqueda, con el fin de omitir conceptos como “derechos humanos” o “protesta”.
Este escenario, aunque impresionante, no es fatalista. No lo es, precisamente, porque el conocimiento técnico y la redefinición de la relación entre estos tres actores —industria, gobierno y “usuarios”— ha llevado a que diferentes organizaciones de la sociedad civil presionen a las industrias y a los Estados para que mejoren sus prácticas y sean más transparentes. Por ejemplo, las revelaciones de Snowden llevaron a generar mayor conciencia en la sociedad civil estadounidense sobre los riesgos de la vigilancia masiva. Conciencia que resultó en cambios tangibles como la declaración de ilegalidad de algunas prácticas de espionaje (a través de acciones judiciales exitosas como ACLU v. Clapper que declaró ilegal la recolección de metadatos de teléfonos móviles). El caso Dragonfly, por su parte, terminó en el cierre y desmonte del proyecto ante la presión realizada por la sociedad civil y por los mismos empleados de Google.
La invitación es aprender un poco más de tecnología y a exigir transparencia y claridad sobre la forma en la que la industria y los gobiernos le sacan provecho. Un conocimiento básico en estos temas permite, primero, a través del reconocimiento de sus riesgos, no creer que una iniciativa gubernamental que se base en un sistema tecnológico novedoso es la solución a todos nuestros problemas. Segundo, facilita exigirle a las empresas y a los gobiernos la garantía de los derechos humanos en el escenario digital. De esta manera, podremos cambiar nuestro rol en una sociedad altamente tecnificada: pasar de meros usuarios a ciudadanos digitales empoderados.