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Alain Touraine

Tal vez Alain Touraine se sumió en la melancolía viendo la depresión en la que había caído América Latina. | Wikimedia Commons*

Al final de su vida, Alain Touraine parece haber perdido la esperanza en una sociedad más democrática y justa, debido all debilitamiento de los movimientos sociales, el regreso del populismo y la atomización de la izquierda en grupos más interesados en la defensa de su identidad que en el rescate de la sociedad.

Al final de su vida, Alain Touraine parece haber perdido la esperanza en una sociedad más democrática y justa, debido all debilitamiento de los movimientos sociales, el regreso del populismo y la atomización de la izquierda en grupos más interesados en la defensa de su identidad que en el rescate de la sociedad.

Hubo una época en la que los intelectuales franceses se interesaban en América Latina. Acaba de morir uno de ellos; se llamaba Alain Touraine, tenía 97 años y fue quizás uno de los sociólogos más importantes del siglo XX. Escribió muchos libros importantes sobre la democracia y sus múltiples crisis y sobre los movimientos sociales, sus esperanzas y sus frustraciones. Su gran libro sobre América Latina se llama La palabra y la sangre (título que parece haber sido escogido por el poeta Octavio Paz) y describe un continente en el que la imaginación y la violencia tienen más protagonismo que la economía y los asuntos prácticos.

En América Latina, dice Touraine, la política tiene una importancia excesiva. Absorbe todo, a la sociedad e incluso al Estado, con sus instituciones. Los gobernantes no representan intereses sociales sino ideas evanescentes y por eso la sociedad solo logra articularse en el lenguaje grandilocuente del presidente, que es un agitador más que un gobernante. Los movimientos sociales, por su parte, dejan de existir por fuera de la figura del líder-presidente y de sus palabras. Sin su aliento, sin su voz y no pocas veces sin la sangre que desata su voz, se desvanecen. La historia política de Colombia, como lo explica Daniel Pécaut, otro francés de esa generación que se interesó por América Latina, nunca tuvo los regímenes populistas que describe Alain Touraine, pero sí tuvo claros rasgos populistas, entre ellos el “desarraigo social de la política”, es decir, su falta de raíces, de conexión con los intereses sociales.

Al final de su vida Touraine parece haber perdido la esperanza en una sociedad más democrática y justa. El debilitamiento de los movimientos sociales, el regreso del populismo (no solo en América Latina) y sobre todo la atomización de la izquierda en grupos más interesados en la defensa de su identidad que en el rescate de la sociedad parecen haberlo sumido en la melancolía que, como dice uno de los muchos columnistas que por estos días hablan de él, es la estrategia de algunos intelectuales para ir por un camino intermedio entre la depresión y la ansiedad.

Ya son muy pocos los pensadores franceses que se interesan por América Latina; de hecho, son muy pocos los pensadores de cualquier parte del mundo que se interesan por América Latina, lo cual está bien expresado (y explicado) en el libro de Michael Reid: Forgotten Continent. Más aún, ya ni siquiera los latinoamericanos se interesan por su propia tierra, a no ser que sea su terruño, es decir, sus propios países, ensimismados en el parroquialismo de los acontecimientos nacionales. Pero no siempre fue así; a finales del siglo XVIII muchos jesuitas escribieron textos maravillosos sobre América y la unidad cultural de sus pueblos. También lo hizo Humboldt en sus viajes por América y luego lo hicieron los próceres de la Independencia, Bolívar entre ellos, que veían esta tierra como una sola patria. A finales del siglo XX José Martí y Enrique Rodó hablaron de la misma unidad nacional de América y paso por alto a tantos otros.


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Muchas cosas han mejorado en América Latina, sin duda, empezando por el descrédito de los regímenes militares, pero en materia de integración, de conciencia de unidad, estamos igual o peor. Ahora somos un continente atomizado en pedazos menudos, a los que pomposamente llamamos países soberanos, cada uno viviendo a espaldas del otro, en el “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Tal vez Alain Touraine se sumió en la melancolía viendo la depresión en la que había caído América Latina.

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Foto: José Cruz/ABr, CC BY 3.0 BR, via Wikimedia Commons

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