La moral y el dogma
Mauricio GarcĆa Villegas octubre 14, 2011
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Una religión puede perder el monopolio de sus principios morales, pero no puede perder sus dogmas.
Una religión puede perder el monopolio de sus principios morales, pero no puede perder sus dogmas.
Una religión puede perder el monopolio de sus principios morales, pero no puede perder sus dogmas.
De ellos depende su supervivencia. El problema que enfrentan muchas religiones hoy en dĆa es que buena parte de sus enseƱanzas morales (el respeto, la honestidad y la caridad) han sido interiorizadas por casi todos y por eso ya no se necesita tener fe para creer en ellas. La democratización de la moral es algo positivo y demuestra que existe una especie de nĆŗcleo bĆ”sico y universal sobre las ideas del bien y del mal.
Sin embargo, desde la mirada de las iglesias y de sus jerarquĆas, esa democratización de la moral representa un riesgo para su supervivencia. Cuando todo el mundo cree en aquello que los sacerdotes predican, el oficio de predicador deja de tener sentido. Por eso, para recuperar su identidad, muchas religiones intentan hoy compensar la pĆ©rdida del monopolio moral que tuvieron en el pasado, con el reforzamiento de sus dogmas.
Pues bien, digo todo esto porque creo que la cruzada actual del Vaticano contra la despenalización del aborto se entiende mejor a partir de ese empeño de reforzamiento dogmÔtico.
Muchos me dirĆ”n que esto no es cierto, que no hay nada de sobrenatural en la posición que la Iglesia Católica adopta frente al aborto y que su Ćŗnico propósito es defender el derecho a la vida. Tengo francas dudas sobre esta afirmación. Primero, por razones históricas: la protección de la vida nunca despertó tal fanatismo en el seno de la Iglesia. En muchas ocasiones el Vaticano ha subordinado la vida a otros valores, como el honor, la justicia y la fe (ver, Inquisición). Segundo, si la vida fuera tan importante como dicen, Āæpor quĆ© el Vaticano no emprende, con la misma energĆa que tiene para el tema del aborto, campaƱas contra el hambre y las guerras que matan a tantos seres humanos en el planeta?
Pero supongamos que yo estoy errado y que la intención del Vaticano en el caso del aborto sĆ es defender la vida. AĆŗn asĆ, su concepción es religiosa y se origina en el dogma de la aparición del alma en el momento de la fecundación del óvulo. Se trata de una concepción respetable, desde luego, pero religiosa. No hay ciencia ni sentido comĆŗn que refrende semejante afirmación. Decir que es a partir de ese momento, el de la fecundación, que existe una persona humana es tan arbitrario (y tan metafĆsico) como ponerle fecha y hora al momento en el cual el gĆ©nero humano apareció en el planeta tierra (que es lo que hacen algunos lĆderes cristianos).
El drama de la Iglesia es justamente que allĆ donde sus opiniones son mĆ”s creĆbles (por ejemplo, cuando habla del respeto por el otro) es justamente donde la fe es mĆ”s irrelevante. Por eso, el Vaticano hace todo lo posible por colonizar aspectos de la vida diaria de los creyentes (como el sexo, el matrimonio y la muerte) para convertirlos en asuntos de fe, de los cuales depende su salvación. AsĆ no sólo retiene a sus fieles, sino que los moviliza. Aunque, la verdad sea dicha, no todos siguen a sus jerarcas en eso; cada vez hay mĆ”s gente de fe que reduce los dogmas a lo esencial: la existencia de Dios y la salvación del alma (ĀæquĆ© tan lejos estamos de una religión sin pastores, obispos y papas?).
Nada de esto serĆa un problema (ni yo me habrĆa puesto a escribir esta columna) si esta actitud del Vaticano y de sus seguidores en las altas posiciones del Estado no pusieran en peligro la tolerancia social y el Estado de derecho. Es verdad que esta semana perdieron la batalla para penalizar el aborto. Pero ese fracaso es temporal y no hace sino avivar su espĆritu de lucha.