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Hace unas dos semanas viajé a Florencia para dar una charla sobre justicia transicional en una serie de talleres que tienen un sugestivo pero ambicioso nombre: “Cómo Narrar la Paz”.

Hace unas dos semanas viajé a Florencia para dar una charla sobre justicia transicional en una serie de talleres que tienen un sugestivo pero ambicioso nombre: “Cómo Narrar la Paz”.

Pero la noche antes del evento, las Farc volaron una torre eléctrica que dejó sin energía a todos los municipios del departamento de Caquetá. Tuvimos que regresarnos; no había cara para hablar de paz cuando miles de personas enfrentaban los estragos del conflicto.

Este fin de semana, retornando de visitar a mi familia en un municipio del Meta que también estaba a oscuras por otro atentado guerrillero, fui avisado en un retén del Ejército que debía transitar con cuidado pues acaba de explotar un petardo en la carretera.

Dos ejemplos de múltiples hechos que durante las últimas semanas han afectado a miles de personas. Hechos que lamentablemente se están volviendo tan comunes que empiezan de nuevo a pasar desapercibidos en la parrilla de noticias de los medios nacionales.

Pero en esta guerra, las atrocidades no han sido exclusivas de la guerrilla. Esa misma semana, Human Rights Watch había publicado un escalofriante informe en donde hizo seguimiento a la práctica de asesinatos premeditados de civiles que luego fueron fraudulentamente presentados como combatientes por miembros de la Fuerza Pública que buscaban prebendas y ascensos. El informe se preocupa por la falta de avance de las investigaciones. Un importante sector del país y de la institucionalidad rechazó airadamente las conclusiones del informe y su llamado a que se esclarezcan estos terribles episodios.

Nadie puede negar que los últimos han sido días difíciles para promover la solución política negociada del conflicto. La inmediatez de la violencia nos ha devuelto de un tajo a la incertidumbre, al miedo, a la frustración, al resentimiento y a la desconfianza. ¿Cómo creer en la voluntad de paz de dos ejércitos que escalan la guerra sin importar quiénes están en el medio? ¿Cómo confiar en una insurgencia que dice querer hacer política con banderas de justicia social e igualdad cuando sus acciones de guerra afectan principalmente a los más olvidados?

Admito que es difícil. Aun cuando ha sido común que estas escaladas precedan los acuerdos, al mostrar la inutilidad de la violencia, como sucedió en Salvador o en Sudáfrica. Pero no veo cómo el repudio por la violencia puede alentar como solución que haya más guerra. Es una contradicción que no descifro. En lugar de que la guerra aúpe la guerra, no veo cómo ésta no nos permite valorar los meses de tregua. Más aun, anhelarlos.

La negociación en La Habana está en un punto crítico en donde las partes necesitan ponerse de acuerdo en un tema central: el de las responsabilidades de lado y lado frente a las víctimas y la sociedad. Tanto las del pasado, que deben enfrentarse mediante una fórmula que asegure un compromiso serio con los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación; así como las del presente, que necesariamente requiere que desarmen sus egos y obstinaciones y las comprometa a bajar inmediatamente la intensidad del conflicto.

Una posición ética de solidaridad con las víctimas debe llevarnos a defender los derechos de las que lamentablemente ya han padecido, con el mismo vigor con el que debemos exigir que no se produzcan víctimas nuevas. Si las partes realmente quieren honrar la declaración de diez puntos sobre los derechos de las víctimas que acordaron hace más de un año en La Habana deben entender que no hay otro camino. Y que no admite más excusas, que no consiente más esperas.

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