La paz y el dilema del prisionero
César Rodríguez Garavito Octubre 28, 2016
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Tras un mes de observar y participar en acercamientos entre voceros del No y del Sí, me quedan dos conclusiones y dos sentimientos encontrados.
Tras un mes de observar y participar en acercamientos entre voceros del No y del Sí, me quedan dos conclusiones y dos sentimientos encontrados.
La primera conclusión es que, si esos diálogos no llevan a un acuerdo revisado que incluya la mayor cantidad posible de sectores de las dos opciones, no habrá paz estable y duradera. Respetar los resultados del plebiscito y evitar que otro futuro termine en el rechazo de un nuevo acuerdo implica hacer el mayor esfuerzo por introducir revisiones puntuales pero sustantivas y serias para fortalecer y mejorar el pacto existente.
Al analizar las propuestas de sectores como los liderados por Martha Lucía Ramírez y Andrés Pastrana, e incluso varias del Centro Democrático, el sentimiento que queda es de optimismo. Porque hay suficientes coincidencias sobre varios de los puntos más difíciles del acuerdo y se han sumado voces importantes como la de la Corte Suprema, que le dio su respaldo a la justicia especial para la paz (JEP) y sugiere buenos ajustes, como un límite de duración a la JEP (aunque creo que debería ser de 10 años y no de 5) y precisiones sobre qué derecho y qué procedimiento aplicará.
La otra conclusión es menos esperanzadora. Va quedando claro que, aunque esas convergencias son una base para negociar un acuerdo político más amplio, la desconfianza mutua puede frustrarlo. La Colombia posplebiscito es un ejemplo clásico de la situación del dilema del prisionero: las dos partes más alejadas (el Gobierno y el uribismo) desconfían tanto la una de la otra, que terminan no negociando para evitar que la otra le haga conejo. Como los prisioneros del juego, que se delatan mutuamente y terminan en la cárcel, deciden no cooperar entre sí a pesar de que el resultado de su desconfianza sea la peor situación para los dos. Y, sobre todo, para todo un país y las posibilidades de vivir en paz.
Por esto, lo urgente es encontrar fórmulas que mitiguen la desconfianza y permitan un acercamiento que incluya, hasta donde sea temporal y políticamente posible, a los dos sectores, además de los otros del Sí y los del No, que ya están cerca. El problema es que en este caso no funcionarían los remedios que han encontrado los científicos sociales para las situaciones del dilema del prisionero –como generar confianza mediante interacciones y negociaciones durante un tiempo largo–, por la simple razón de que la premura es tal, y la ocasión es tan excepcional, que se necesitan mecanismos de confianza prácticamente inmediatos.
Menciono tres. Una posibilidad es una mediación de alguna institución confiable, desde la Iglesia hasta un gobierno que les dé confianza a Gobierno, oposición y Farc. Otra es comprometerse públicamente con una metodología ágil de negociaciones que incluya, de alguna forma, a las tres partes, además de los sectores más moderados. La última sería que las distintas partes acojan fórmulas intermedias de solución que están construyendo organizaciones, universidades y sectores de la sociedad civil, que tenían posiciones distintas sobre el plebiscito.
Generar confianza es un reto formidable en el país del undécimo mandamiento. Pero hay que hacerlo pronto, porque puede ser la diferencia entre la paz y la guerra